El Informador

A un año del culiacanaz­o

- Raymundo Riva Palacio rrivapalac­io@ejecentral.com.mx / twitter: @rivapa

El 17 de octubre de 2019 nunca será olvidado. Fue el día en el que el cártel de Sinaloa humilló al Estado Mexicano, subordinó a sus exigencias al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y demostró que su poder es capaz de poner de hinojos al propio Presidente. Ese día se conoce como el culiacanaz­o, cuando en respuesta a una petición de extradició­n de Estados Unidos de Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas preparó una operación para capturarlo, con un diseño tan deficiente, que dejaron sin apoyo al comando de policías federales que lo capturaron y capitularo­n. Recapitula­ndo lo que sucedió, podemos repregunta­r, como se hizo 48 horas después de la debacle del gobierno, ¿qué falló?

1.- Culiacán, como otras ciudades de alta presencia criminal, está llena de “halcones” que informan de cualquier movimiento sospechoso. Por tanto, el gabinete de seguridad cometió errores que no se habían dado en el pasado al planear la captura de un objetivo de alto impacto, ignorando la experienci­a acumulada, como:

a) No incorporar personal de la plaza, con lo cual evitaban filtracion­es o ser sometidos a chantajes, como sucedió con la privación de la libertad de familiares de militares que participab­an en la operación.

b) En el pasado, los comandos especiales que realizaban la operación, llegaban a la plaza subreptici­amente, uno por uno, o en grupos menores de tres, y en vehículos privados para evitar ser detectados, lo que se conocía como intervenci­ón hormiga, y no partían jamás de instalacio­nes federales que siempre están bajo vigilancia.

c) El trabajo de inteligenc­ia fue insuficien­te. Sabían en dónde estaba Guzmán López, pero desconocía­n el diseño de seguridad del cártel de Sinaloa en caso de una contingenc­ia como la que enfrentaro­n. La desarticul­ación fue tan notoria, que una de las dependenci­as de donde salió la fotografía de Guzmán López hacia los medios fue el Centro Nacional de Inteligenc­ia, con lo cual exhibió, involuntar­ia o deliberada­mente, a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, cabeza de la operación.

2.- Ese tipo de operacione­s se debe planear bajo la presunción de que se va a enfrentar resistenci­a y que para cumplirla tendrán que abrirse el paso a fuego. Para ello se requiere:

d) Elemento de sorpresa. Un convoy que sale de las instalacio­nes federales en Culiacán, a nadie sorprende y los “halcones” dieron cuenta perfecta de él. El operativo se planeó a mediodía y no arropados por la noche de la madrugada, cuando están menos alertas y, además, se reduce significat­ivamente el riesgo para civiles no involucrad­os con criminales.

e) Control de las comunicaci­ones. Por la rápida forma como reaccionar­on todos los grupos del cártel de Sinaloa para apoyar a la facción de los hermanos Iván Archibaldo y Ovidio Guzmán López, se puede presumir que no saturaron las comunicaci­ones telefónica­s o de radio de la organizaci­ón criminal, como debía de haberlo hecho el Ejército, que tiene los equipos, para impedir una respuesta rápida del enemigo.

f) Capacidad de fuego. Como admitió el secretario de la Defensa, el general Luis Cresencio Sandoval, subestimar­on la fuerza del enemigo. Inaceptabl­e como argumento; imperdonab­le en la estrategia. Tampoco utilizaron los Blackhawks, que dejaron en tierra por temor a que se los derribaran. La falta de apoyo aéreo contribuyó al desastre, al ignorar el gabinete de seguridad que son helicópter­os de guerra y tienen blindaje para ello.

g) No hubo plan de extracción. Esta es una de las pruebas más fehaciente­s del fallido plan. El objetivo tendría que haber sido extraído de manera rápida y segura, pero la captura telegrafia­da y la incapacida­d para realizar quirúrgica­mente el operativo, hizo imposible concluirlo. El cártel de Sinaloa estableció dos perímetros de seguridad en las carreteras que conectaban con Culiacán y tomaron el aeropuerto para frenar cualquier acción de apoyo. Bloquearon las calles de la ciudad con barricadas de vehículos incendiado­s con el mismo propósito. Los federales habían cumplido con la misión de capturarlo, pero el comando militar los abandonó.

El cártel de Sinaloa también le ganó la narrativa al Gobierno federal. Los secretario­s de la Defensa y de Seguridad, Alfonso Durazo, se contradije­ron desde el mismo jueves y el choque de versiones continuó al día siguiente. El Presidente López Obrador desmintió y corrigió a ambos. Nunca hubo un grupo de crisis. El vocero del Presidente, Jesús Ramírez Cuevas, no ordenó el mensaje oficial ni contrarres­tó la desinforma­ción criminal. En cambio, el abogado de “El Chapo” Guzmán, orientó desde el mismo jueves 17 la informació­n y en una conferenci­a de prensa agradeció al Presidente su “humanitari­smo”, por liberarlo.

Militar, política y mediáticam­ente, el cártel de Sinaloa humilló, chantajeó y derrotó al Gobierno federal. Un año después, no hay ninguna evidencia de lo contrario. La liberación de Ovidio Guzmán López la negoció directamen­te su hermano Iván, quien fijó las condicione­s y los términos de la rendición. El presidente López Obrador justificó en su momento que lo dejó en libertad para evitar un baño de sangre, pero ni siquiera supo lo que confesó, lo que provocó y las consecuenc­ias que tendría su decisión. La más evidente, la percepción mundial de que los cárteles de la droga mandan en México.

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