Oportunidad para el amor y la libertad
A lo largo del confinamiento forzado por esta pandemia, que nos parece interminable y a la cual no nos acostumbramos, han aflorado nuestras inseguridades, miedos, frustraciones y necesidades insatisfechas, lo que en ocasiones nos lleva a una convivencia áspera y violenta.
En este encierro las heridas de nuestro pasado han mostrado su rostro doloroso: experiencias de rechazo, abandono, humillación, traición, injusticia o de minusvaloración. Durante estos meses he acompañado espiritualmente a personas con situaciones afectivas que han dificultado sus relaciones, pues sus problemas habituales se han potenciado; hombres y mujeres afligidos por los efectos de decisiones y acciones guiadas por miedos, particularmente con los seres amados.
Durante este tiempo hemos tenido la oportunidad de reflexionar y hacer un viaje a nuestro interior para reconocernos y enfrentarnos con nuestras heridas. Caemos en la cuenta de que reaccionamos, juzgamos y actuamos desde nuestros temores, fracturas internas e insatisfacciones, desde una imagen que buscamos dar a los demás pero que no es lo que verdaderamente somos. Este confinamiento es tiempo de purificar nuestra mirada, de discernir para ordenar nuestros sentimientos, deseos y acciones. Desde nuestro espíritu, entremos en la escuela de los afectos para realzar y practicar la paciencia, el respeto, la bondad, la misericordia; busquemos comprender al otro desde su propio espacio y experiencia, lo cual requiere que tomemos distancia de nosotros mismos y de nuestros prejuicios.
Según Erich Fromm, la unión solamente se alcanza cuando se ama, cuando tenemos la capacidad de amar con libertad y cuando nos experimentamos amados sin condicionamientos. Este es el espacio de la espiritualidad, cuyo cultivo nos conduce al amor. Es el amor el que nos libera de nuestras ataduras, el que nos habilita para la confianza y la fe, para la misericordia y el servicio y, fundamentalmente, para ser libres. Sólo el amor, en cualquiera de sus formas, transforma nuestra vida. El amor es el que nos permite ver lo que somos y lo que verdaderamente es el otro para buscar aquello que le es bueno. Ese es el amor al que nos llama el Evangelio y que nos presenta como la Voluntad de Dios.