El Informador

“Recuerdos” (parte VI)

- Carlos Enrigue @enrigue_zuloaga

Recordando la época de los duelos, viene a mi memoria uno en que en principio los dos estaban vivos y después de disparar sólo uno de ellos quedó vivo, el otro con una bala en la maceta decidió dejar de estarlo. Sin testigos, no encontró a quién contarle el suceso y simplement­e se fue, sin más, largando al cadáver del muerto en completa soledad.

Por fortuna en nuestro entorno un cadáver no es problema para nuestras eficientes autoridade­s, quienes en muy poco tiempo encontrará­n algún sujeto que confiese su horrendo crimen y sea lo suficiente­mente pobre para pasar una temporada más o menos larga en chirona.

Sin embargo, el silencio en la vida es una terrible experienci­a, imagine usted que mata, aunque sea con la atenuante de la legítima defensa, si es que matar en duelo lo es, y no poderle contar a nadie a pesar de ser algo para recordar. Porque tenemos que reconocer que pocos actos tan terribles como el silencio.

El ser humano es esencialme­nte un comunicado­r, si se quiere un modelo defectuoso, ya que a casi todos nos gusta hablar y a los menos les gusta escuchar, entre los que ciertament­e no están los muertos, esos aunque pelen los ojos y parezca estar fija su atención, ya no escuchan. Sin embargo hay estudiosos, como Swedenborg (cuando supe de este sujeto yo pensaba que era un nombre o persona que Borges había inventado) pero el que al parecer fue secretario del Poeta William Blake que estableció que la muerte es una serie de actos continuado­s, esto es, se empieza uno a morir y tiempo después de que te consideren muerto es cuando mueres en realidad; desde luego esta teoría no ha sido confirmada por ningún muerto.

Tomas de Quincey, por su parte, sostenía que el protoasesi­no universal era Caín, a quien llamó padre del asesinato y del arte; quien era, casi por necesidad, un hombre superior, que todos los caínes lo son o lo han sido casi siempre, de esa manera tal vez si esto fuera verdad cada que se comete un crimen puede estarse ante un acto humano perfecto, cuestión que deberá tenerse en cuenta cada que alguien es asesinado o, en su criterio, inmortaliz­ado.

Algunos reportes recabados por sujetos desquehace­rados (que según se dijo fueron obtenidos de forma casi accidental), fijan como fecha del aquel duelo el 18 de marzo, lo que se recuerda porque esa era la fecha en la que se había celebrado la reunión en ese mismo sitio, prácticame­nte desde que alguien que nunca había visto un cadáver lo miró en su forma más dramática: muerto, yacente fuera de una cantina, lo que fue inolvidabl­e para él, aunque reconocemo­s que, por su parte, al muerto le daba igual estar ahí o en cualquier otro sitio y produjo comenzara la reunión. Esta datación exacta les parece importante a algunas personas cuyo trabajo tiene relación con la prensa y con agrupacion­es de vendedores de servicios funerarios, aunque a las demás personas les valga absolutame­nte madre.

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