Diario de un espectador
Atmosféricas. Las últimas lluvias fueron como una larga despedida del temporal que se va. Los pájaros peregrinos y obcecados van y vienen por el jardín en rápida recuperación tras los daños de una tormenta particularmente enconada. Mezclan sus colores el amarillo y el gris y el resultante es una especie de tono dorado que se destaca nítidamente contra el verde de los follajes. Siluetas de un claro dibujo, aparecen sin anuncio alguno e insisten en robarse la comida de los animales domésticos. Las grandes hojas de los colomos comienzan a arriar velas como una de las señales del viraje de las estaciones. Vendrán las que vinieren, parece decir el jardín, aquí duro, aquí resisto. ** Jean D’ormesson, de la Academia Francesa, fue un fino escritor cuyas novelas con frecuencia entrelaza con su vocación paralela de filósofo. En sus textos hay un fino entreveramiento de su biografía con viajes, amigos, paisajes, reflexiones variadas, sucesos históricos. Uno de sus libros Mirad como danzamos, es, desde el título, una celebración de la vida, sus venturas, sus contradicciones y misterios. La galería de personajes es rica, con retratos de cada uno de ellos que van cambiando rasgos y trayectorias sobre más de medio siglo. De las costas turcas y las islas griegas, de la Italia de los clásicos a Nueva York, los personajes van contando como sin quererlo el decurso de una historia que se anuda fundamentalmente en la amistad, la fraternidad y una reticente búsqueda de algo que está más allá de toda humana comprensión. El personaje central, Romain, es sin duda el arquetipo de hombre vital y estoico, irónico y lúcido, al final compasivo, que es presentado así, bajo la mirada de D’ormesson, como uno de los modelos humanos más acabados. Va la traducción de un fragmento: “Dos o tres veranos seguidos, habíamos dejado Italia por una u otra de las islas griegas. Alquilábamos baratas casas que estuvieran lejos de los pueblos y muy cerca del mar. Los coches, los periódicos, los hechos cotidianos, los impuestos, los debates sobre la sociedad y las instituciones, los dejábamos atrás con Mergault y Romain. En Naxos, nuestra ventana daba sobre un campo de lavanda. En Symi, teníamos una higuera a la mitad del jardín. Escribía a su sombra un libro sobre mi infancia que iba a llamarse Au plaisir de Dieu. Caminábamos por la arena, dormíamos mucho, nos bañábamos en cualquier oportunidad, nos alimentábamos de tomates, de higos, de hojas de viña, de licores como el tzatziki. Losperiódicoslosperiódicos de París llegaban cada semana al puerto donde no los íbamos a recoger. No, no nos aburríamos. No hacíamos casi nada. Nos queríamos.”