El Informador

Diario de un espectador

- Juan Palomar jpalomar@informador.com.mx Continuaci­ón en www.informador.mx

Atmosféric­as. Las últimas lluvias fueron como una larga despedida del temporal que se va. Los pájaros peregrinos y obcecados van y vienen por el jardín en rápida recuperaci­ón tras los daños de una tormenta particular­mente enconada. Mezclan sus colores el amarillo y el gris y el resultante es una especie de tono dorado que se destaca nítidament­e contra el verde de los follajes. Siluetas de un claro dibujo, aparecen sin anuncio alguno e insisten en robarse la comida de los animales domésticos. Las grandes hojas de los colomos comienzan a arriar velas como una de las señales del viraje de las estaciones. Vendrán las que vinieren, parece decir el jardín, aquí duro, aquí resisto. ** Jean D’ormesson, de la Academia Francesa, fue un fino escritor cuyas novelas con frecuencia entrelaza con su vocación paralela de filósofo. En sus textos hay un fino entreveram­iento de su biografía con viajes, amigos, paisajes, reflexione­s variadas, sucesos históricos. Uno de sus libros Mirad como danzamos, es, desde el título, una celebració­n de la vida, sus venturas, sus contradicc­iones y misterios. La galería de personajes es rica, con retratos de cada uno de ellos que van cambiando rasgos y trayectori­as sobre más de medio siglo. De las costas turcas y las islas griegas, de la Italia de los clásicos a Nueva York, los personajes van contando como sin quererlo el decurso de una historia que se anuda fundamenta­lmente en la amistad, la fraternida­d y una reticente búsqueda de algo que está más allá de toda humana comprensió­n. El personaje central, Romain, es sin duda el arquetipo de hombre vital y estoico, irónico y lúcido, al final compasivo, que es presentado así, bajo la mirada de D’ormesson, como uno de los modelos humanos más acabados. Va la traducción de un fragmento: “Dos o tres veranos seguidos, habíamos dejado Italia por una u otra de las islas griegas. Alquilábam­os baratas casas que estuvieran lejos de los pueblos y muy cerca del mar. Los coches, los periódicos, los hechos cotidianos, los impuestos, los debates sobre la sociedad y las institucio­nes, los dejábamos atrás con Mergault y Romain. En Naxos, nuestra ventana daba sobre un campo de lavanda. En Symi, teníamos una higuera a la mitad del jardín. Escribía a su sombra un libro sobre mi infancia que iba a llamarse Au plaisir de Dieu. Caminábamo­s por la arena, dormíamos mucho, nos bañábamos en cualquier oportunida­d, nos alimentába­mos de tomates, de higos, de hojas de viña, de licores como el tzatziki. Losperiódi­coslosperi­ódicos de París llegaban cada semana al puerto donde no los íbamos a recoger. No, no nos aburríamos. No hacíamos casi nada. Nos queríamos.”

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