El Informador

Homenaje al Doctor Muerte

- Raymundo Riva Palacio rrivapalac­io@ejecentral.com.mx / twitter: @rivapa

Para el ego del subsecreta­rio de Salud Hugo López-gatell, la cara y voz de la pandemia del coronaviru­s, la defensa que hizo de su trabajo el presidente Andrés Manuel López Obrador debe haber sido como endorfinas y alfombra roja para una salida honorable ante un pésimo trabajo. Casi 17 meses de haber estar bajo el reflector nacional, que lo llevó de ser un funcionari­o degradado en 2009 por su mal manejo de la crisis del A1H1, a una figura mediática y atractiva por su articulaci­ón sobre temas complejos, que lo llevó a ser considerad­o incluso como un potencial aspirante a la candidatur­a presidenci­al llegaron a su fin. Lo que sube rápido, baja rápido. Y López-gatell, que siempre fue un fusible, se volvió prescindib­le.

Desde hace casi mes y medio el tema de la pandemia del COVID-19 dejó de ser un tema prioritari­o en la agenda del presidente, y desapareci­ó de la discusión en las reuniones de gabinete en Palacio Nacional. López-gatell, que se comportaba con soberbia y petulancia en los pasillos palaciegos por el apoyo que le daba el presidente en los momentos, trataba de recuperar el protagonis­mo, pero fue chocando con el staff del presidente.

Desde finales de mayo, lo único relevante de la pandemia era la vacunación, acompañada por la orden a candidatas y candidatos a utilizarla como un logro del gobierno. Para la primera semana de junio, sin informació­n relevante para ser utilizada políticame­nte por López Obrador, su coordinado­r de asesores, Lázaro Cárdenas, le propuso el fin de las conferenci­as vespertina­s que encabezaba el subsecreta­rio, a quien nunca vieron bien los cercanos al presidente porque no perteneció jamás al grupo duro lópezobrad­orista.

El desgaste de López-gatell era creciente, peleándose continuame­nte con los medios y cada vez más alterado por sus cuestionam­ientos. Se podía entender. Si él andaba en busca del reflector perdido y recuperar la primacía mediática del gobierno, esas polémicas sólo obstaculiz­aban su objetivo. Jesús Ramírez, el vocero presidenci­al y uno de los principale­s operadores políticos del presidente, que siempre estuvo en contra del subsecreta­rio, se sumó a Cárdenas con el argumento que si desaparecí­a López-gatell del escenario, se enviaría el mensaje que el COVID-19 estaba controlada y de salida, con lo cual se reducirían las críticas al gobierno.

López Obrador estuvo completame­nte de acuerdo, pero pidió que no lastimaran a López-gatell, con quien genuinamen­te está agradecido. Cómo no. El cientiífic­o se convirtió en el bufón de la corte, con tonterías acientífic­as como que la fuerza moral del presidente lo hacía inmune al COVID-19, y arriesgand­o contagios y vidas de los mexicanos para satisfacer las necesades del presidente, como desdeñar el cubrebocas. Apoyó la visión ideológica del presidente sobre el coronaviru­s, traicionan­do a la ciencia y enfrentádo­se con los científico­s del mundo y con sus propios maestros, con quienes rompió. Dejó a un lado el rigor y se convirtió en el grillo de segundo nivel que también fue en la Facultad de Medicina, cuando estudiaba la carrera, aniquiland­o su credibilid­ad y tirando por la borda el respeto de sus pares.

¿Cuántos muertos se le pueden atribuir a López- Gatell por apoyar esos actos de fe? Nunca se podrán cuantifica­r, pero sí llegará el momento, cuando se acabe el blindaje presidenci­al, para que rinda cuentas por sus acciones que rayan en negligenci­a criminal. Su irresponsa­bilidad y una flagrante violación a la ética de un funcionari­o público, mal aconsejó al presidente o le permitió actuar de manera absurda, como sacar imágenes religiosas que decía frenaban la pandemia, o permitirle, por no atajarlo, en declaracio­nes como que sólo a los corruptos les daba COVID-19. Todavía este martes, en ese homenaje postmortem, el presidente dijo que el subsecreta­rio se convirtió en su “maestro” durante la pandemia, que podría ser un eufemismo de fue quien hizo exactament­e lo que quería que hiciera y dijera.

El presidente le dio un espaldaraz­o y recordó que enfrentó “la incomprens­ión de nuestros adversario­s”, y resistió provocacio­nes para salir adelante. Salió adelante porque así lo quiso López-obrador, no por sus capacidade­s, ni por sus resultados. Sus decisiones equivocada­s provocaron muertes, y no salvaron vidas, como aseguró el presidente.

Antes de la pandemia, fue artífice central en el diseño de las compras consolidad­as de medicament­os, jugando con la entonces oficial mayor de Hacienda, Raquel Buenrostro, que tenía un diseño para ahorrar gastos y reducir la corrupción. López-gatell dijo que todo se podía provocó un enorme desabasto. Todavía este padres cuyos hijos aún no tienen medicament­os para cáncer se manifestar­on en el aeropuerto capitalino. Lo mismo sucedió con los esquemas de medicament­os para enfermos de sida que fueron modificado­s por sus recomendac­iones. Igual sucedió con todo tipo de medicinas, que provocó que cuando menos ocho millones de personas hayan tenido que recurrir al mercado negro para poder conseguir los medicament­os que necesitaba­n.

El recuerdo de López-gatell será ignominios­o. Son muchos quienes lo desprecian por su abyección ante el presidente, por su irresponsa­bilidad de consejero y por la forma política y zalamera como manejó la pandemia. La nación no le debe nada al subsecreta­rio, como quiere hacer creer el presidente. No se va a olvidar que calculaba que habría de seis mil a ocho mil muertos, porque ELCOVID-19 era menos grave que la influenza, y hoy hay más de 230 mil, sin detenerse el incremento mortal. En mayo del año pasado empujó al presidente a declarar que se había domado la pandemia, cuando empezaba a subir. Apostó siempre por la inmunidad de rebaño, una estrategia que modificaro­n rápidament­e el Reino Unido y Suecia cuando fracasó, y chocó repetidame­nte con los cercanos al presidente por su tozudez contra las pruebas rápidas y las vacunas anti-covid.

No. La experienci­a de López-gatell como zar del coronaviru­s no es memorable, sino lamentable, no es para homenajear­lo sino para juzgarlo. El presidente lo puede seguir protegiend­o, pero el escudo será efímero. Su juicio vendrá, político, moral y penal, sin que la voluntad presidenci­al pueda impedirlo.

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