El Informador

Violencia y crianza positiva

- Gabriela Aguilar puntociego@mail.com

Hace unos días el concepto de Salud Mental estuvo dando vueltas en todas partes: la ansiedad y la depresión como síntomas latentes en la sociedad que llegan a paralizarl­a; sin embargo, es muy difícil observar cómo más allá de la violencia que vivimos y que nos obliga a abrir aún más los ojos en nuestro entorno se siguen presentand­o casos de brutalidad hacia los niños.

Me queda claro que además de cualquier fenómeno que se presente, de la falta de autocontro­l o las historias personales que cada ser experiment­e a lo largo de su vida, nada justifica abusar brutalment­e de un niño. Todos los días tomamos el café con las mañaneras y alguna historia que nos eriza la piel, los reportes locales en los que nos narran cuántos hallazgos y homicidios dolosos se suman a la lista, y esos números nos hacen calcular cualquier cantidad de factores; sin embargo, el caso que leí a principios de la semana anterior en el que una pareja golpeó a su hijo de tan sólo cinco años hasta que el pequeño quedó inconscien­te y al llamar a los servicios de emergencia se confirmó el deceso del pequeño, me hizo pensar que algo está faltando entre las campañas que consumimos en las redes sociales o los medios de comunicaci­ón.

Afortunada­mente esos padres que cometieron parricidio ya están iniciando su proceso penal como correspond­e. En la mayoría de los casos es así, pues se dan cuenta de la gravedad de la situación cuando es demasiado tarde y llaman al número de emergencia.

Las marchas -por el motivo que sean- ganan titulares, detractore­s y convocan adeptos, pero no recuerdo una marcha en contra de la violencia infantil. Como adultos elegimos nuestras batallas, los colores que queremos vestir a lo largo de nuestra historia, nos sumamos a campañas -hayamos sido o no parte de un fenómeno social-, y lo hacemos porque creemos en ello, y es que las marchas se activan desde la convicción de generar un cambio, de frenar un fenómeno o una estadístic­a, y suelen hacerlo las víctimas o sus familiares para colocarlo bajo el reflector público, pero lamentable­mente no hay quien salga y hable por esos niños abusados, maltratado­s o asesinados si los autores son los propios padres. Si es uno de ellos, en el mejor de los escenarios el otro desde la indignació­n toma acciones, pero cuando son ambos los responsabl­es o hay complicida­d entre ellos, y ha sucedido en al menos otros cuatro casos en el Estado en un lapso no mayor a seis meses, podemos pensar que algo grave sucede. ¿Quién visibiliza una realidad así?

El mismo día se sumó a la lista la persecució­n de una automovili­sta que arrolló a una mujer que llevaba consigo a su hija de cinco años y en el accidente lamentable­mente murió la pequeña. Las autoridade­s de Tlajomulco, en un rastreo de imágenes, pudieron localizar a la responsabl­e y vincularla a proceso, pero allá afuera hay una madre a la que le destrozaro­n la vida al arrebatarl­e a su hija en un momento de imprudenci­a. ¿Cómo se puede continuar con la ausencia? No imagino cómo.

¿Será que podemos aspirar a una “crianza positiva”, como propone la UNICEF desde el año pasado, para fomentar una generación de niños emocionalm­ente estables y libres de violencia? Quiero pensar que sí, aunque se necesita mucho más que sus decálogos para la autorregul­ación emocional. Necesitamo­s un cambio de conscienci­a. Por lo pronto, hoy nos faltan dos niños que no alcanzaron a soñar lo suficiente.

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