El Informador

Memo Ochoa y la chispa adecuada

- jonathan.lomelí@informador.com.mx Jonathan Lomelí

La portería es un oficio solitario, un destello que acierta o se equivoca...

Si sumamos los instantes en que Guillermo Ochoa ha hecho su trabajo como portero, atajar un balón en 18 años de carrera, sumaría apenas unos minutos. Así es el trabajo del portero: ingrato porque está hecho sólo de esos instantes decisivos en que detiene el balón o no. Ese es el único momento que cuenta, el que ven los aficionado­s, lo que celebra o deplora la historia.

La atajada de Memo ante Polonia tiene esa chispa milagrosa. Esa parada a Lewandowsk­i, uno de los mejores delanteros del mundo, revivió la emoción que sentí a los 12 años en USA 94 cuando Jorge Campos detuvo el primer penal de Bulgaria después de que García Aspe la voló. Esa historia acabó mal – luego fallaron Marcelino Bernal y Jorge Rodríguez–, pero el recuerdo de esa bloqueada duró un instante y para siempre. Memo Ochoa, un veterano de 37 años, llegó a su quinto mundial en medio de críticas. Varios portales deportivos consignaba­n su mala racha como una peste: 31 penales seguidos sin atajar.

En su currículum acumula varias credencial­es como el portero más goleado de Francia, España y México. Con el Granada, en la temporada 2016-2017, recibió 80 anotacione­s en 37 encuentros que lo convirtier­on en la mayor coladera de la historia de la liga (una vez el Atlético de Madrid le metió siete). Con el América ha recibido más de 500 goles, según varios estadistas del balompié nacional, que lo convierten en el guardameta más goleado de Las Águilas.

Según sus críticos, Ochoa tiene reflejos superiores. Entiendo que es una especie de potente pararrayos en momentos clave, pero arrastra “vicios técnicos”: es inoportuno para salir por el balón y no sabe achicar. En el argot pambolero, achicar significa reducir, por medio de un lance o posición de encare, el ángulo y oportunida­d del rival para anotar. Dos memes inmortaliz­an ese defecto del guardameta nacional. En uno luce convertido en el tronco de un árbol debajo de la portería, y en el otro la Venus de Milo, inmóvil y sin brazos, tiene el rostro de Memo Ochoa.

La portería es un oficio solitario, un destello que acierta o se equivoca. Un portero está hecho de esos instantes. Los reflejos, la osadía, la técnica, el entrenamie­nto, el esfuerzo, todo eso le dan personalid­ad al arquero, pero su trabajo como el de ningún otro depende de una chispa adecuada. Y esa chispa a veces es para siempre. Como esa incomprens­ible y mágica atajada a Lewandowsk­i.

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