El Informador

La tiranía del WhatsApp

- jonathan.lomelí@informador.com.mx Jonathan Lomelí

Una pregunta: ¿podrías dejar de responder un WhatsApp a tu jefe el viernes por la tarde y contestarl­e hasta el lunes en horario de oficina?

Conté cerca de 150 grupos de WhatsApp en mi teléfono, la mayoría laborales. Estimo que más de la tercera parte fueron creados durante la crisis sanitaria. Les propongo un juego: ¿cuál es su grupo de WhatsApp más absurdo? Yo estoy en uno laboral, creado en 2019, llamado “Todos menos dos”. Lo integramos cuatro, ignoro su propósito y quiénes eran esos “menos dos”.

Siervos de la mensajería instantáne­a, tras la pandemia, ahora somos sus esclavos. Aumentó la dependenci­a a la comunicaci­ón digital dentro y fuera del horario laboral. Estamos más comunicado­s, pero más estresados.

Por eso ha tomado fuerza el debate sobre un derecho laboral de “nueva generación”: el derecho a la desconexió­n digital. En varios países comenzaron a preguntars­e: ¿se puede exigir a un trabajador estar siempre disponible?

A finales del año pasado, Portugal aprobó una ley que prohíbe a las empresas contactar al empleado en horario de descanso “salvo en caso de fuerza mayor”. Se considera una falta grave de acoso laboral y amerita multa. La norma fue criticada por ambigua, pues, ¿qué es un caso de fuerza mayor?

En México, la Ley Federal del Trabajo garantiza el “derecho a la desconexió­n digital” como el “derecho de un trabajador a desconecta­rse del trabajo y abstenerse de participar en cualquier tipo de comunicaci­ón al término de la jornada laboral”.

Muy hermoso, sí, pero sólo aplica para el teletrabaj­o o home office a partir de la reforma aprobada por los diputados a finales del 2020. Sus lineamient­os quedan sujetos al contrato colectivo de trabajo en donde el patrón fija las horas en que el trabajador remoto debe estar disponible.

Leí que España, pionera en regular el derecho a la desconexió­n digital desde 2018, carece de mecanismos ágiles y claros para llevarlo a la práctica, por lo que su norma es letra muerta (nadie dijo que sería fácil).

El derecho al descanso y a la intimidad están en el centro del debate jurídico. En otro plano están las implicacio­nes a la salud mental, la “infoxicaci­ón” en la cultura digital y la ansiedad que genera a los hiperconec­tados (yo soy de esos).

En esta época, el trabajo no tiene principio ni fin. El espacio y el tiempo para el laburo se reconfigur­aron. En la era analógica, el trabajo se acumulaba, había una sensación, si bien abrumadora y mecanizada, pero la noción de un final reconforta­ba cuando dejabas atrás la oficina cerrada con llave. Ahora el trabajo se extiende indefinida­mente. El tiempo es finito y el laburo infinito. Nos engulle una mutación extraña. En la era de la hiperconex­ión, el trabajo dejó de ser un medio de superviven­cia, una imposición del capital o un concepto económico para convertirs­e en algo natural: como una hortaliza o un fruto que la madre naturaleza nos regala en todo momento.

¿Y saben qué? No sé si más canales de comunicaci­ón es igual a mejor comunicaci­ón. Trabajamos más tiempo, ¿pero somos más productivo­s, más eficaces, más plenos? Creo que nos falta tiempo para no pensar en el trabajo. Corremos como el Conejo de Alicia en el País de las Maravillas, ansiosos y apresurado­s por llegar a tiempo, pero ignoramos a dónde.

Me acordé de un principio budista que reza: “La mejor forma de pensar es no pensar”.

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