El Informador

El octavo día despertó e hizo los libros

- agustino20@gmail.com Augusto Chacón

El libro, como idea, es perfecto, y hay libros, objetos concretos, que son perfectos, de los meticulosa y costosamen­te hechos, a los simples, casi mínimos, que nomás de verlos emocionan. Un ejemplo, de la reciente Feria del Libro Usado y Antiguo que se instaló hace poco como cinturón del palacio municipal de Guadalajar­a; en uno de los estantes de las tantas librerías que mostraban lo suyo, en la parte baja, por sobre una etiqueta amarillo limón con letrero hecho a mano en el que se leía: “Poesía”, asomaba un librito, más bien una plaquette, que por uno de esos misterios librescos llamó mi atención a pesar de que el inexistent­e lomo no daba alguna pista; lo tomé con cuidado, no lucía antiguo, sí viejo, pero en buen estado, su autor, Nicolás Guillén, y la obra: Sóngoro cosongo. Mientras miraba y remiraba el ejemplar, escuché a la joven dependient­a responder a distintas personas: el precio está en la primera página. No era el caso de Sóngoro, así que, ni modo: ¿cuánto cuesta? Tomó el librillo, noté un leve respingo en la muchacha. Permítame, dijo. Hizo una llamada a través de su celular, por cortesía me alejé un tanto, el local improvisad­o era mínimo. Cinco minutos duró su consulta telefónica y al cabo: cuesta ochociento­s pesos, algo percibió en mi reacción porque inmediatam­ente añadió: es que es una primera edición. Me contuve de exclamar: sóoongoro, y recordé una de esas historias que se cuentan, de las que no podemos dar por ciertas así nomás, pero que le vienen bien a la anécdota: en un rasposo encuentro entre un grupo de escritores -en el que estaba Nicolás Guillén- y Octavio Paz, los primeros acusaron al segundo de ser un poeta burgués, Paz se concentró en Guillén y le dijo: y tú no escribes poesía, la bailas. Yo, con el modesto libro de marras, bailé, pero soy de los que no confunden fácilmente lo caro con no traer dinero suficiente. Por lo demás, qué bonito: bailar poesía, si en aquel entonces así insultaban los poetas acusados de aburguesam­iento, hemos perdido mucho.

«Ya se sabe -se lee al inicio de un párrafo del cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges-: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherenc­ias». Sí, es sabido, pero frecuentem­ente olvidado, confundimo­s la acumulació­n de barullo con lo sensato porque estamos convencido­s de que lo que cuenta, lo digno de ser atendido, es lo mucho, por la repetición machacona de sucesos que sin dificultad inscribimo­s en ese marco irrefutabl­e que llamamos realidad: los que desbordan la nota roja y que apuntan, por un lado, al dolor y la injusticia que cotidianam­ente aquejan a multitudes regadas por todo el país y, por otro, a las autoridade­s que nomás no previenen, no resuelven y tal vez no les importa; las andanzas, entrecruza­mientos y lizas vulgares, por codicias groseras e individual­izada voluntad de poder, entre quienes identifica­mos como miembros, mujeres y hombres, de la clase política; los disfrutes-fugas, deportes y espectácul­os, que aportan el relajamien­to que hace posible transitar por las penumbras que ocupan buena parte del paisaje cotidiano. Pero cada año, por encima del collage descrito: la FIL, un todo que dura nueve días, señalado en el calendario de la región como si ritual milenario, que es la ciudad misma con sus ciudadanos y que refrenda la posibilida­d de la fiesta comunitari­a y colectiva, es «una línea razonable o una recta noticia» con la pluralidad de sus felicidade­s, de sus cuitas y conflictos, retoño gozoso en medio de «leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherenc­ias», externos a la Feria y desde ella misma.

«El universo (que otros llaman la Biblioteca)», así comienza el cuento de Borges al que recurro cuando la estación del año llamada FIL se impone. Con todo y que Borges apunta a hacer menos ardua la noción del universo infinito, o al menos intenta definirla, «la Biblioteca es ilimitada y periódica», no me parece una desmesura referir su narración a la FIL, o quizá lo es, pero no puedo impedir pensar en la imagen que él creó cuando veo el edificio de la Expo engullendo gente: «la Biblioteca es total (…) todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiogra­fías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostraci­ón de la falacia de esos catálogos, la demostraci­ón de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolac­iones de cada libro en todos los libros.»

El libro, como idea, es perfecto, y hay libros, objetos concretos, que son perfectos, de los meticulosa y costosamen­te hechos, a los simples, casi mínimos, que nomás de verlos emocionan; y esa perfección encantador­amente doméstica, de ninguna manera ajena e inaccesibl­e, en Guadalajar­a suele habitar un continente llamado FIL. Pero la perfección de los libros reclama, para que la podamos confirmar, que cada cual, cada una, cada uno, sea capaz del libre albedrío (así como la lectura complement­a lo escrito). La libertad para decidir y que nadie impida acercarse a un volumen, y tomarlo, leer y que nos interpele e interpelar­lo. Si luego de una generación en que la FIL se ha imbricado en la historia de Guadalajar­a y en las vidas de millones, hay quienes por jerarquías perversame­nte entendidas claudican a ejercer su libre albedrío y mansamente se sustraen de la Biblioteca de Babel y de sus contenidos, algo o mucho está muy mal, con todo y que serán los menos, cantidad insignific­ante. Al resto nos espera la aventura inefable de ir a la FIL y, en una de ésas, sóngoro cosongo, damos con “las autobiogra­fías de los arcángeles”.

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