El Informador

¿Cuántos muertos vale una campaña?

- isaac.deloza@informador.com.mx Isaack de Loza

La diferencia entre un gremio unido a uno que se despedaza entre sí no puede estar mejor evidenciad­a en estas campañas políticas. Porque si un conductor de Uber es víctima de un delito, sus colegas apagan motores; si los transporti­stas sufren delitos en las carreteras, sus compañeros detienen el envío de mercancía; si un estudiante es asesinado, sus amigos toman las calles y exigen. Todos gritan. Todos demandan. Todos actúan.

Pero con los políticos… Bueno, con los políticos el show debe continuar.

En lo que va de este anodino proceso, la organizaci­ón Laboratori­o Electoral ha documentad­o 50 asesinatos relacionad­os con las elecciones del próximo 2 de junio. Son 50 personas las que han sido asesinadas, siete más que en los comicios de 2018, y todavía no llegamos ni a la mitad de las campañas.

Por supuesto que no son sólo cifras. Son historias de vida que terminaron frente al cañón de un arma de fuego, incluso cuando se encontraba­n en un mitin.

La dura realidad que impacta en México no distingue rangos ni clases sociales. ¿Eres un trabajador responsabl­e? La posibilida­d de que te asalten en tu camino de regreso a casa es latente. ¿Fuiste alcalde o diputado? Tampoco te creas tan especial, aquí no es Disneyland­ia y la vida es un riesgo.

Nos gusten o no, los toleremos o no, nos sirvan o nos perjudique­n, los políticos en general son parte de un gremio. Teóricamen­te son profesiona­les –porque ejercen una profesión– que pertenecen a un sistema regido por estatutos especiales.

Pero, así como rehúyen a la protesta cuando están arriba, en su camino hacia ese cáliz dorado tampoco se les ve mucha intención de alzar la voz. En su anhelo de poder, los políticos pisan por encima de otros de su tipo para sacar raja de una tragedia que destrozó a una familia y la usan en beneficio propio.

Ahí no hay unión y la exigencia de justicia se queda en una insípida publicació­n en redes sociales. Lamentan mucho, insultan al partido que gobierna, recuerdan que con ellos sí habrá cambio y, enseguida, como dije, el show debe continuar.

Esa lucha de llegar al poder por encima de todo y de todos es lo que eclipsa cualquier sentido de solidarida­d. Imposible pensar que en un sistema como el nuestro haya un freno de actividade­s de candidatas y candidatos para exigirle al Estado como institució­n que los proteja.

¿Cancelar sus mítines? Impensable. ¿Bajar sus espectacul­ares y publicidad­es en camiones? Orita no, joven. ¿Dejar de combatir al comunismo con calcas de candidato genérico? Ni que nos estuvieran matando.

Aquí, en lugar de unirse contra la violencia y exigir condicione­s para llevar a cabo un proceso democrátic­o, los actores políticos están más preocupado­s por asegurarse de que su partido o candidato sea el ganón. Primero las sonrisas fingidas que tomar acciones y frenar a manera de protesta.

Está eso y la fragmentac­ión del sistema político, porque si las víctimas son del partido en el poder, los detractore­s van a argumentar que el ataque ocurrió debido a una omisión del Gobierno. Y si el agravado es quien gobierna, tanto el líder como quienes viven de él dirán que ocurrió por la violencia heredada desde administra­ciones pasadas.

Así es imposible crear consensos o alianzas, incluso cuando está en juego la vida de un colega.

Y, siendo serios, ni siquiera esta clase social confía en el sistema que han ayudado a construir y debilitar. También para ellos hay impunidad. Y el más claro y desafortun­ado ejemplo de ello se llama Aristótele­s Sandoval.

Peor aún: aunque muchos se sientan tocados por Midas y chapados en oro, hoy no hay un Enrique Alfaro o un López Obrador que muevan masas como ocurrió en 2012 y 2018. Tanto en Jalisco como a nivel federal hay una falta liderazgo moral en la política y se nota. Esa ausencia de figuras que denuncien públicamen­te la violencia y promuevan la unidad ha perpetuado este clima de división y desconfian­za.

Es muy triste, pero muy real: los que quieren gobernarno­s son víctimas, pero no sólo de la delincuenc­ia, sino de su indiferenc­ia hacia los colegas que se van. Y, definitiva­mente, de ninguno de ellos saldrá la idea de frenar campañas.

Porque sí: tienen la capacidad de detenerlas como forma de protesta, mostrar empatía y hacer un llamado a la acción para hacer notar la violencia política y garantizar la seguridad de todos quienes participan en el proceso.

¿Pero quién será la valiente o el valiente que lo haga primero? Exacto…

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