El Informador

La Pascua, el hoy sostenido de Dios

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Verdaderam­ente ha resucitado el Señor, Aleluya. Aún después de una semana de Pascua la alegría de la resurrecci­ón no se termina, lo cual no es posible sin la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros. Lo atestigua el Evangelio de hoy cuando señala que ocho días después se presentó el Señor a sus discípulos. Así mismo, casi dos mil años después Él está presente en medio de nosotros y lo conocemos por la fe.

Esto le dice al apóstol Tomás: dichosos los que creen sin haber visto. Con esto el Señor nos enseña que creer es una manera de conocer más profunda que solo utilizar nuestros sentidos. La raíz latina “credere”, del verbo creer, se relaciona con “cor”, es decir corazón; por lo tanto, creer implica la adhesión del corazón, ósea toda la persona, toda la vida. Entonces, la persona que cree, que vive de fe, está enraizada en la persona de Jesús Resucitado, es por esto que no se termina la alegría y vive como resucitado. Es a lo que se nos invita este domingo, a creer, a adherir nuestra vida al resucitado, para vivir como resucitado. Las lecturas de hoy nos motivan a esto, presentánd­onos los efectos de vivir como resucitado.

El primer efecto es la comunidad. La primera lectura de los Hechos de los apóstoles nos muestra la experienci­a de los miembros de la primera comunidad cristiana, quienes tenían un solo corazón y una sola alma. La verdadera comunidad es aquella donde no hay división, donde no hay envidias, donde reina Cristo y, por ello, la paz reina. Segurament­e es lo que necesitan nuestras familias para que puedan vivir unidas: aceptar y vivir con el resucitado. Aprendamos de la primera comunidad a ser uno con Cristo.

El segundo efecto lo encontramo­s en la segunda lectura de la carta del apóstol San Juan: vencer al mundo. Entiéndase el mundo, como aquellas prácticas, modas e ideas contrarias a Dios que son motivo de tentación constante. Hoy, como en muchas épocas de la historia, el mundo nos hace la falsa promesa de felicidad sin Dios, que resulta trágico porque vivir sin Dios es vivir sin verdadero amor. Por ello, quien ha nacido de Dios vence al mundo, porque conoce el verdadero amor y así puede cumplir su vocación al amor.

Y el tercer efecto lo presenta el salmo 117: no morir. Vivir la experienci­a del resucitado llena de esperanza por tener la certeza que, aunque pueda morir en el cuerpo, el Señor no abandona. Además de que el espíritu permanece, desde Cristo, vivimos en la esperanza de la resurrecci­ón, por tanto, de la vida que no se termina.

La Pascua no se acaba, ni siquiera después de los cincuenta días del tiempo litúrgico, la Pascua es el hoy sostenido de Dios, un don de Cristo al alcance de nosotros para que lo aceptemos por la fe. Hoy, también demos nuestro sí sostenido a Dios y vivamos la alegría de la comunión con el Hijo que verdaderam­ente ha resucitado, ¡Aleluya!

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