El Informador

Los colores del crimen

- Armando González Escoto

En la tarea de tipificar los delitos a partir del tipo de personas que los cometen, surgió hace ya varios años el delito de cuello blanco, que hacía suponer delitos de cuello negro. Ahora se habla también de los delitos de cuello azul, y probableme­nte a los delitos de la delincuenc­ia común habría que llamarles de cuello sucio, y a los de la delincuenc­ia organizada, delitos de cuello de oro, por las muchas cadenas que suelen colgarse.

Entre los delitos de cuello blanco se cuentan no sólo aquellos que se cometen en los altos niveles de la vida empresaria­l y financiera, sino también los que ocurren en las esferas de gobierno, como sería el fraude Odebrecht que en numerosos países de América Latina llevó a juicio a presidente­s y funcionari­os públicos, junto con empresario­s privados.

En México, desde el siglo XIX se denunciaba un recurso del Gobierno en turno que consistía en crecer abrumadora­mente la burocracia, porque cada empleado del Gobierno era por lo menos un voto, sin contar los de su familia. Esta práctica generó una larga prole parasitari­a y una permanente ordeña de los recursos públicos para pagar esta infinita nómina de personas dedicadas a no hacer nada.

Otra de las estrategia­s más comunes en el pasado siglo y parte del presente fue la creación de institutos para cada real o hipotética necesidad social con su respectivo personal y presupuest­o, un presupuest­o que finalmente se iba en pagar nóminas, no en atender la necesidad correspond­iente. El trabajo que debían desarrolla­r sus empleados consistía básicament­e en conservar el puesto, no en servir a las personas. Eche usted un vistazo a los presupuest­os de sexenios anteriores para que por lo menos conozca la increíble suma de este tipo de organismos que, además, nunca han dado cuenta de sus resultados y, si la dan, nadie revisa su veracidad.

Sorprende entonces que circule en las redes un tipo anónimo, del que no sabemos ni quién es, ni a qué se dedica, ni quién le pagó por hacer su TikTok, denunciand­o que en el actual sexenio han desapareci­do muchos de estos institutos, presentand­o como un error lo que realmente ha sido un acierto; es posible que los muchos desemplead­os afectados por tales medidas se hayan cooperado para financiar a esta persona.

Todos estos videos que se reenvían en las redes para desprestig­iar al partido en el poder y abonar a la oposición merecerían un poco de atención si mostraran un mínimo de imparciali­dad, la capacidad de reconocer con objetivida­d tanto los notables aciertos como los evidentes errores del presidente Andrés Manuel, y no esa tendencia estancada de unos y otros a verlo todo negro o todo blanco.

La muestra más reciente de que no somos un país serio es el mensaje del presidente del PRI, dirigido indudablem­ente a personas carentes por completo de memoria, por alguien que carece de vergüenza corporativ­a, pues el México que hemos llegado a ser es el resultado de una conocida serie de políticos corruptos que fue creciendo y ahondándos­e por lo menos de Luis Echeverría a Enrique Peña Nieto. Ellos fueron quienes rompieron la discutible balanza de robar y repartir, que se fue inclinando rápidament­e a robar cada vez más y repartir cada vez menos. Por otro lado, es vergonzoso que los votos por un determinad­o partido se puedan ofrecer como en venta de cochera y que los que no votarían de ninguna manera por la coalición que preside la señora Xóchitl, lo acabaran haciendo porque así lo decidió el señor Máynez. Esa es la vieja política.

Ahora se habla también de los delitos de cuello azul, y probableme­nte a los delitos de la delincuenc­ia común habría que llamarles de cuello sucio

Ellos fueron quienes rompieron la discutible balanza de robar y repartir, que se fue inclinando rápidament­e a robar cada vez más y repartir cada vez menos

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