El Mundo

«¿Cómo va a andar esa distancia una niña de 3 años en plena noche?»

La autopsia de la pequeña Lucía revela que murió de un golpe en la cabeza y que no sufrió otras lesiones tras desaparece­r en Pizarra (Málaga)

- BERTA G. DE VEGA PIZARRA (MÁLAGA)

Los vecinos ven poco probable que la niña anduviera todo ese tramo sola de noche

Cuando Rafael Estrada volvía de trabajar de Málaga en el último tren a su pueblo, Pizarra, la plazoleta de la estación estaba llena de gente, en el bar de Paqui. Eran las 22.15 horas de una noche de luna escasa. Unos abuelos celebraban Santa Anta con sus dos hijos, sus nueras y sus tres nietos. Una hora más tarde, cuando José Romero sacó a su labrador a pasear, se dio de bruces con decenas de personas que buscaban a una niña de tres años, Lucía Vivar, iluminando con los móviles las alcantaril­las y los alcorques de los naranjos. Llevaba chupete y camiseta de

Minnie. Su padre y su tío se echaron a las vías gritando su nombre en cuanto se percataron de que la niña no estaba jugando ya con Pablo y con Álvaro, sus primos. El maquinista del primer tren de la mañana llegó a Álora y, a la vuelta, paró al ver un bulto que le inquietó. Allí estaba Lucía, muerta. A casi cuatro kilómetros del bar de la estación por la vía, a más de siete por carretera.

«¿Quién iba a ir hasta allí a buscarla?» , se preguntaba ayer José Romero, sin apenas haber dormido. No era una plaza exenta de peligros. Estaban las vías, una nave abandonada con una puerta abierta, tejas en el suelo y un pequeño foso con botellas de whisky rotas. También un trozo de vía muerta, metro y medio de desnivel, forrada con cajetillas, cristales y latas. Pero suficiente gente como para pensar que estaban pendientes. Y cierta candidez: «Alguna vez el maquinista ha tenido que pitar a los niños que jugaban en el andén». Es Pizarra estación de principios de siglo XX, con tejas de cerámica, ventanas y un árbol.

Según cuentan familiares de la niña, los primos, menos de 10 años el mayor y cuatro el más pequeño, fueron atendidos ayer por tres psicólogos, que trataron de que contaran cuándo se perdió Lucía de vista.

A la hora en la que bullía la plaza de la estación, cuando desapareci­ó la niña, se velaba a una mujer. De andar hasta donde apareció muerta, Lucía tuvo que pasar por delante del edificio, por un trecho lleno de obstáculos –desniveles, piedras, cierres de verjas– y emprender camino por la vega de naranjales en la oscuridad, con puente sobre el río Guadalhorc­e incluido. «Que no, que es imposible», sentencian en la gasolinera La Serrana, con vistas al valle que atraviesa la vía del tren. «La niña siguió la línea recta de la vía para sentirse más segura», dice Pedro, con amigos guardias civiles que lo ven factible.

Coinciden con la versión dada en la gasolinera los propietari­os del restaurant­e Postigo. Antonia, la dueña, se ha criado en el campo, por donde apareció Lucía: «Se tarda una hora andando hasta el pueblo. ¿Lo va a andar una niña de tres años de noche?», dice escéptica ante la hipótesis dada por las autoridade­s: que Lucía se despistara, echara a andar, se cansara y se acurrucara en la vía a dormir, donde la golpearía un tren.

Los más jóvenes se enteraron de la desaparici­ón por «el Facebook» y, los mayores, por el alboroto en las calles. La explanada de la estación está tapizada de colillas, vestigio de una noche de nervios. Cuando José Romero se unió a la búsqueda, con su perro, se escuchaban los gritos del padre: «¡Me la han robado!». Cuentan en el bar que él y su hermano son muy altos, «de zancada larga» y que se echaron a la vía llamando a la pequeña: «¿Y la niña no va a escucharle­s?», se pregunta la camarera.

El Postigo abre antes de las seis de la mañana, para los desayunos de los que se marchan a la costa a trabajar. A esa hora lo hace también la gasolinera. Ayer, casi todo el pueblo estaba en la calle. «La Guardia Civil y Protección Civil lo han hecho muy bien. Llegaron pronto con muchos chalecos y nos organizaro­n en cuadrillas. Vino un capitán y dio instruccio­nes. Algunos subieron hasta el Santo», explica Romero, señalando la cruz que se ve en lo alto del más alto de tres montes enormes que custodian Pizarra. Pero no hubo indicacion­es para que fueran andando cuatro kilómetros por las vías.

El bar la Estación no abrió tras el suceso. Mostraba sus cierres rojos recién pintados, un par de cajas de cerveza Victoria en un rincón, unas plantas mustias en unas macetas colgadas de un palé pintado. Desde una de las barras de madera del exterior se observan las tres posibles direccione­s de la niña: de frente, hacia la rotonda de la calle principal. A la derecha, el párking para los clientes de Renfe, que cierra a las 23.00 h. A la izquierda, «todo lo viejo», como llama Antonia a una serie de naves y casas abandonada­s. Por allí tuvo que ir Lucía. O por la vía, algo que se antoja complicado: «Si hubo chavales que estuvieron buscando en chanclas y tienen los pies destrozado­s», dicen en el Postigo. «Es una muñeca. Viene por aquí porque le gustan mucho las pizzas», dice la camarera, aún hablando en presente, con los ojos húmedos. Y en los móviles empieza a circular el enésimo rumor de intento de robos de niños.

 ?? ANTONIO PASTOR ?? Tramo de la vía donde apareció el cadáver de la niña de tres años.
ANTONIO PASTOR Tramo de la vía donde apareció el cadáver de la niña de tres años.
 ?? E.M. ?? Lucía Vivar.
E.M. Lucía Vivar.

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