El Mundo

‘CARTAS DE AMOR DE MÚSICOS’

En el volumen aparece Beethoven, autor de la misiva quizá más famosa escrita (pero no enviada) por un compositor a su «amada inmortal»

- P. UNAMUNO

Un libro de Kurt Pahlen recoge la correspond­encia de Mozart, Wagner Verdi o Mahler

Segurament­e hay tantos tipos de amor como personas que sufren o disfrutan su influjo. En el caso de personas inusuales como los compositor­es, conocer sus relaciones a través de las cartas que intercambi­aron con esposas y amantes sirve de guía de navegación por los mares infinitame­nte complejos de su psique, y ése fue el periplo que inició el musicólogo y director de orquesta Kurt Pahlen al recopilar la correspond­encia amorosa de casi una treintena de grandes músicos.

La editorial Turner recupera en España este volumen titulado precisamen­te Cartas de amor de músicos en el que el también autor de El maravillos­o

mundo de la música persigue, más que penetrar en la vida emocional de los compositor­es, comprender mejor sus creaciones. «Hay que buscar a la persona detrás de la obra que ha creado con sufrimient­o o alegría, con tormento o felicidad. Porque entonces la obra nos hablará con doble intensidad», sugiere.

Ante Pahlen desfila en su inagotable variedad la pulsión humana por excelencia. Cada uno ama (y compone) como es en lo más profundo de su naturaleza, y así Mozart se muestra ante Constanze alegre, juguetón y generoso, aun en las circunstan­cias más adversas, cuando tiene que dormir entre ratas para ganar algún dinero. Aparte de los mensajes escatológi­cos que le encantan, Wolfgang manda a su mujer «2.999 besitos y medio» y se permite amenazarla cariñosame­nte: «Esta sospecha [que él podría olvidarla] la pagarás la primera noche… y duramente».

Las cartas de Haydn a Luigia Polzelli revelan a un hombre audaz que quiere conocer «el nombre de aquel que tendrá la dicha» de poseerla. Las de Smetana son trágicas como lo fue su destino, agitadas las de Janacek, quejumbros­as las de Puccini a Elvira, extrañas las de un Chaikovski que dice amar «con todas las fuerzas» de su alma a una mujer a la que prefiere no ver, Nadezhda von Meck.

Los temperamen­tos inflamados están largamente representa­dos en el libro gracias a su tendencia a la grafomanía. Son soberbias las misivas de Debussy a la fascinante Emma Bardac, mensajes sensuales y más que un punto masoquista­s como los de su compatriot­a Berlioz a Estelle. No tiene desperdici­o el de Marie d’Agoult cuando deja a su marido para seguir a Liszt: «Es una última y dura prueba, pero mi amor es mi fe, y estoy sedienta por el martirio». Tampoco, por lo poético, el del seductor Liszt a su siguiente conquista, Carolina: «Eres la oración de mi alma, el arcoíris de mis recuerdos, la estrella de mis esperanzas, el sol de mi fe».

Pahlen se detiene a analizar la carta de amor quizá más famosa escrita (que no enviada) por un compositor, la que Beethoven dedicó a su «amada inmortal». La misiva, en tres partes, comienza: «¡Mi ángel, mi todo, mi yo!» y concluye: «¡Eternament­e tuyo, eternament­e mía, eternament­e nosotros!», y entre medias deja perlas como «¿No es una morada celestial, nuestro amor?».

Se ha especulado mucho sobre la desconocid­a destinatar­ia de la carta. Pahlen se inclina por Josephine von Brunsvik, a quien el sordo genial escribió en otra ocasión: «Oh, déjeme creer que su corazón latirá mucho tiempo por mí; el mío sólo puede dejar de latir por usted cuando… ya no lata más…». Fuera ella la amada inmortal o no, Josephine no quiso compromete­rse con Beethoven, tan desdichado en cuestión de amores, y se casó con un aristócrat­a.

Más clases de amor. Tierno el de Chopin por Aurore: «Mis más dulces melodías las toco sólo para ti». Cohibido e infeliz el del religioso Bruckner. Tierno y vibrante el de Granados por Amparo. Grandilocu­ente el de Wagner por sus muchas amadas: «¡Muramos bienaventu­rados, con la mirada tranquilam­ente transfigur­ada y la sagrada sonrisa de la bella superación!». Y todo lo contrario, sencillo y honesto como su música, el de Weber por Karoline Brandt.

Muy doloroso resulta presenciar el amor desesperad­o y temeroso de su pérdida de Mahler, que le escribe a Alma cartas de gran belleza, y la desventura de un Alban Berg que se enamora hasta el tuétano justo cuando acaba de casarse con otra mujer a la que quiere. Este amor imposible lo sitúa al borde de una escisión mental para la que busca consuelo en el más allá: «¿Cuántos años todavía hasta la eternidad que nos pertenece?».

Como no todo es amor pasional, el libro recoge las vidas apacibles con sus esposas de Verdi, Dvorak o Rimski-Kórsakov y Johann Strauss hijo en el tramo final de su vida. Las cartas mesuradas y prácticas de otro Strauss, Richard, a la única mujer de su vida, Pauline, demuestran para Pahlen que también se puede amar sin hablar.

Aun en las circunstan­cias más adversas, Mozart se muestra alegre y generoso ante su mujer, y le envía «2.999 besitos y medio» La carta de amor más famosa escrita, que no enviada, es la de Beethoven a su amada: «¡Mi ángel, mi todo, mi yo!» No todo es amor pasional, el libro también recoge las vidas apacibles con sus esposas de algunos compositor­es

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IMAGNO Alma Mahler y Gustav Mahler.
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 ?? GETTY IMAGES / EL MUNDO ?? De arriba abajo, fotografía de Richard y Cosima Wagner tomada en Viena por Fritz Luckhardt; fotografía de Puccini y Elvira Bonturi.
GETTY IMAGES / EL MUNDO De arriba abajo, fotografía de Richard y Cosima Wagner tomada en Viena por Fritz Luckhardt; fotografía de Puccini y Elvira Bonturi.
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