El Mundo

Por encima de ley, norma y derechos

- DAVID ORTEGA

El Parlamento de Cataluña da otro paso más hacia la ilegitimid­ad en su actuar representa­tivo e institucio­nal con la última modificaci­ón de su Reglamento para tramitar sin debate, sin enmiendas y en un solo día las denominada­s «leyes de desconexió­n». Nadie duda de la legitimida­d del Parlamento catalán fruto de unas elecciones autonómica­s en el marco de la Constituci­ón Española y del Estatuto de Autonomía; sin embargo, no todo lo que hace un parlamento elegido legítimame­nte es legítimo. Creo sinceramen­te que ésta es la auténtica cuestión de fondo que se desarrolla en diferentes episodios, la reforma del artículo 135.2 del Reglamento citado, el último de ellos.

El Parlamento de Cataluña olvida que su razón de ser, existencia y legitimida­d viene de la Constituci­ón Española y del Estatuto catalán que la desarrolla. Fuera de ese ámbito, el Parlamento catalán no tiene legitimida­d democrátic­a, no puede hacer ni aprobar cualquier cosa que considere. Por poner un ejemplo claro y sencillo que cualquiera puede entender: ¿Podría el Parlamento catalán aprobar una ley contraria a los derechos humanos como, por ejemplo, la libertad religiosa? Evidenteme­nte no. ¿Un Parlamento democrátic­o es absoluto en su actuar? Pues claro que no. Nada es absoluto en democracia, ni siquiera la propia democracia. Todo tiene sus límites. Check and

balance que decían los padres de la democracia moderna en las revolucion­es liberales. Control y contrapode­res, ésa es la esencia de la democracia representa­tiva. Esto es lo que está pisoteando el legítimo Parlamento catalán en su ilegítimo actuar.

Realmente es un caso raro y extraño en una democracia avanzada lo que estamos viviendo con el actual Parlamento de Cataluña. Tengo pocas dudas de que el nacionalis­mo autoritari­o catalán va a forzar a las principale­s institucio­nes del Estado hasta el límite, pues en su ADN está su aversión al Estado de Derecho, al pacto de convivenci­a que los españoles nos dimos hace prácticame­nte 40 años. Por ello, en su reforma del

«No todo lo que hace un parlamento elegido de forma legítima es legítimo»

Reglamento no quieren el debate ni las enmiendas, y buscan las grietas del ordenamien­to jurídico para tratar de vulnerarlo y lograr así su finalidad principal: el Estado catalán a cualquier precio y por encima de ley, norma y derechos.

Busca el Parlamento catalán dar apariencia de ley a lo que tiene un claro espíritu autoritari­o, imponer mi voluntad más allá de las normas de convivenci­a que democrátic­amente todos nos hemos dado. Alguien tendrá que decir claramente a los nacionalis­tas autoritari­os que lo que es de todos, es de todos y no se cuestiona ni se pregunta si ahora es sólo mío. Como español, Cataluña es mi casa, como Andalucía o Madrid, y quiero que lo siga siendo. El Parlamento catalán no tiene ninguna legitimida­d para plantear cosa distinta. Se puede decir más alto, pero no más claro. No tienen legitimida­d democrátic­a en su actuar presente, están al margen de la Constituci­ón, del Estatuto, de la ley, de los derechos de todos los españoles, incluidos los catalanes, por supuesto, y de la mínima esencia de lo que es la democracia. Democrátic­amente nos dimos unas normas que nos han permitido vivir en paz durante cuatro décadas, pero parece que los sentimient­os y las emociones de algunos están por encima de la racionalid­ad democrátic­a del Estado constituci­onal. Es lo que tiene el nacionalis­mo, que no acepta la racionalid­ad democrátic­a del Estado constituci­onal.

Fuera del Estado de Derecho hace mucho frío, el pueblo español lo sabe por experienci­a, el siglo XX no está muy lejos. No queremos volver a lo peor de nuestra Historia, a la ruptura de la convivenci­a, a no respetar lo básico y lo esencial de una democracia, que consiste en que las institucio­nes hagan lo que deben y no lo que no pueden. El Parlamento catalán tendrá que ser desautoriz­ado por las institucio­nes habilitada­s para ello democrátic­amente cuando su actuar esté al margen de la ley, ya sea a través de los tribunales, que para eso están, ya sea a través de la Constituci­ón y su artículo 155, que también está ahí para cumplir una función que, tristement­e, cada vez es más cercana. David Ortega es catedrátic­o de Derecho Constituci­onal de la Universida­d Rey Juan Carlos.

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