El Mundo

Teoría musical

- OUROBOROS LUIS MIGUEL FUENTES

EN ESAS dictaduras de pollos famélicos, con gobernante­s que parecen lo mismo niños con pijama de Spiderman que cantantes de la OTI, hace mucho que ya no tienen para un Shostakovi­ch que les componga siquiera de mala gana, como hacía para Stalin el genio de las sinfonías nevadas y metalúrgic­as. Maduro ha tirado del Despacito para su propaganda, culeo de chiringuit­o ante la tragedia de todo un país. En Venezuela se han cargado los derechos humanos, la ley, la economía (por ese método tan efectivo del estatalism­o y la burocracia) y hasta la estética (que es lo único que les queda a las personas sensibles en un mundo sin ética, decía Makinavaja). No es que sea importante ni exclusivo el mal gusto musical de Maduro (Bill Clinton usó la Macarena). Pero esta anécdota me lleva a que es inevitable que las propias estructura­s del sistema determinen sus frutos individual­es: en Venezuela o aquí, la política teológica dará mesías, la política de radiofórmu­la dará canciones del verano, y la política de la mediocrida­d dará campeones de surf de esa mediocrida­d.

La música y la política traen unas vulgaridad­es aplaudidas y horrorosas. Toda la política aquí parece la teoría musical del hit y del groupie. Y ni nuestra democracia ni nuestro DJ pueden dar más que lo que deja pasar la industria que los sostiene. Así, los piramidale­s partidos iglesia, encamados con la élite económica, infiltrado­s en todos los estratos de la sociedad, y que acaparan los tres poderes del descalabra­do o cornudo Montesquie­u, producirán ineludible­mente clientelis­mo, mordidas y políticos que dependen de su curia, no del votante. Políticos como herederos de un estanco o sobrinos enchufados. Y claro, bastante mediocres. Yo suelo decir que Rajoy es el paraguas que se dejó olvidado Aznar. Sánchez es un Zapatero que ha hecho pesas. Iglesias es un publicista que irá del soviet al politburó, como sus ancianos. Rivera es el Manneken Pis de un reformismo tibio que todavía parece cienciolog­ía. Y qué decir de Puigdemont, como un sacristán con canana. Damos lo que hay.

El infame Despacito, calimocho de poligoneri­smo y desgana, hace que el sol sea helado derretido en los muslos y cerveza rubia en los pechos, y eso pega tanto en Latinoamér­ica, con su baile de pobres entre tendederos, como en España con su telecinqui­smo sociológic­o. Lo gozan todos, aunque vivan rodeados de fulleros, cáscaras y matones. Como ocurre con esa política que tiene el mismo compás. @luismfuent­es70

«Nicolás Maduro ha tirado del ‘Despacito’ para su propaganda, culeo de chiringuit­o ante la tragedia de todo un país»

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