El Mundo

Enrique de Monpezat, el patriarcad­o en horas bajas

- TESTIGO IMPERTINEN­TE

sa heredera de Dinamarca desoyó a su padre, el rey Federico IX. Fueron felices durante muchos años, hasta que el fantasma de los celos se coló en la vida de Enrique y empezó a sentirse humillado y a decir que la reina lo tomaba por tonto.

El feminismo nunca ha casado bien con la monarquía. Ese desajuste le costó la salud mental y casi el matrimonio al marido de la reina, fallecido el lunes sin haber alcanzado el estatus de rey consorte. A Enrique de Monpezat no le bastó con enamorar a la princesa heredera de Dinamarca. Era el único pretendien­te más alto que ella. Apuesto y divertido, le hacía el amor en francés, recitando siempre palabras felices. Agradecida, la reina Margarita lo convirtió en príncipe, aunque para él eso nunca fue suficiente.

En los últimos años de su vida, más de una vez y más de dos dejó plantada a su familia y se largó a sus viñedos franceses reconcomid­o por los celos. «O me hace rey o que no me entierren con ella», amenazó Enrique, hecho una furia. Corrían malos tiempos. La reina no quiso o no pudo: la danesa es una monarquía constituci­onal y la Cámara tiene mucho que decir.

La reina y el príncipe no dormirán juntos el sueño eterno. La amenaza de Enrique se ha cumplido y sus cenizas se irán, en parte al mar, y en parte a su finca favorita. La reina de Dinamarca sola, en un gélido lecho de piedra dentro de la catedral. Puede que entonces Margarita añore el momento más dulce que conserva de un hombre, como cuando dormían juntos y él le hacía un sitio bajo su ala para que se acurrucara en ella. Así las cosas, a Margarita le quedarán pocas ganas de morirse.

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EFE El príncipe Enrique de Dinamarca, en la celebració­n del 70 cumpleaños de la reina Sonia de Noruega.

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