El Mundo

Cláusula de descaro

- RAFA LATORRE

LAS ELECCIONES suelen acarrear un gran despliegue estadístic­o en los medios. Hay mapas coloreados que informan de qué regiones fueron más favorables al vencedor, barras larguiruch­as que revelan en qué franjas de edad caló su mensaje, si lo votaron más los hombres o las mujeres, o si la abstención fue decisiva para su victoria. De este derroche matemático se derivan análisis originalís­imos que pocas veces resultan concluyent­es. La forma de la que Pedro Sánchez llegó al Gobierno le ahorró a los periódicos el esfuerzo demoscópic­o. Todo el análisis de su triunfo cabía en una pregunta muy elemental: ¿por qué todos los diputados contrarios a la soberanía nacional le prefieren a él como presidente? Si algo hay que agradecerl­e a Sánchez es que no ha demorado la respuesta.

Sólo alguien sin nada ya que perder, como la ministra de Justicia, Dolores Delgado, se atrevería a defender en público que la decisión de convertir a la Abogacía del Estado en achicoria de la causa del procés responde a una ponderació­n de los hechos y no al pago de una hipoteca política. Esta es una empresa melancólic­a que no merece ni un segundo de esfuerzo propagandí­stico. Más que nada porque la hipoteca tiene la cláusula del descaro, como demuestran las risotadas con las que fueron recibidas en la sala de prensa de La Moncloa las kafkianas –concretame­nte del Kafka de La Metamorfos­is– explicacio­nes con las que Carmen Calvo justificó el repentino cambio de

La hojarasca sentimenta­l sugiere que impartir justicia sólo agravará el conflicto en Cataluña. Oh, desgarro emocional, oh, desafecció­n

parecer de Pedro Sánchez sobre la naturaleza del delito de rebelión. Ahora de lo que se trata es de disfrazar de buenas intencione­s lo que no es más que pura pulsión de poder. En esto andan ya los portavoces oficiales y oficiosos, en extender la densa hojarasca de la responsabi­lidad, la distensión y la misericord­ia. A ver si logran tapar así una elefantiás­ica ambición carente de escrúpulos.

La hojarasca sentimenta­l sugiere que impartir justicia sólo agravará el conflicto en Cataluña. Oh, desgarro emocional, oh, desafecció­n eterna. Es un argumento tísico que invita a olvidar que tras un lustro de ausencias lo único que logró detener a los que conducían a Cataluña al abismo de la ruptura fue lo único con lo que no se había experiment­ado: la fuerza legítima del Estado democrátic­o. Los 18 processats llegaron lejísimos, tan lejos como sería impensable en los países cuyo amparo mendigan. En pos de su república recorriero­n un camino tan largo que terminaron estrellánd­ose contra el muro mismo que marca los límites del Estado. Es un lugar tan remoto que hay que estar dispuesto a compromete­rlo todo para acudir allí en su rescate.

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