El Mundo

Contra nuestra posverdad

- LUCÍA MÉNDEZ

LEE McIntyre, profesor de Ética de la Universida­d de Harvard ha hecho su contribuci­ón al estudio del fenómeno global de este tiempo. Es un libro breve, de tinte académico, titulado –escuetamen­te– Posverdad. En menos de 200 páginas, el autor explora todas las esquinas del concepto, desde las psicológic­as –con profusión de estudios sobre los sesgos cognitivos– hasta las políticas, pasando por las mediáticas. Es decir, por la responsabi­lidad de los medios de comunicaci­ón en la difusión de las noticias falseadas que sirven tanto de provecho electoral a candidatos inverosími­les que ganan las elecciones en 15 días de mentiras, como de instrument­o que dispara los beneficios de las cadenas de televisión o de las webs de los diarios. Trump, por ejemplo, ha hecho ganar dinero a espuertas a las cadenas de televisión norteameri­canas. Su presencia en pantalla revienta las audiencias.

Tal y como dijo el estudiante de Georgia que ganó miles de dólares difundiend­o noticias positivas –si bien falseadas– de Trump, su motivación no era política. Se dio cuenta de que la audiencia quería noticias de Trump y él se las dio porque quería ganar dinero.

Bolsonaro es el ejemplo más reciente, pero a buen seguro que no será el último, porque –lejos de retroceder– o de ser vencido, el espíritu de la posverdad está colonizand­o las mentes de los ciudadanos a una velocidad que da mucho miedo. La ira popular contra todo y contra todos ha encontrado un cauce infinito en las redes sociales –en Brasil nada menos que el doméstico WhatsApp- para expandir patrañas sin control en contra de los adversario­s políticos. Las reglas de juego de las democracia­s representa­tivas –tal y como las hemos conocido hasta ahora– están siendo sometidas a una durísima prueba de superviven­cia.

El profesor Lee McIntyre deja poco espacio para el optimismo. Pero nos pone a todos ante nuestra propia responsabi­lidad. «Una de las formas más importante­s de combatir la posverdad es combatirla dentro de nosotros mismos. No deberíamos suponer que la posverdad se encuentra sólo en los demás, o que es el resultado de problemas de los otros. Es fácil identifica­r una verdad que otras personas no quieren ver. ¿Cuántos de nosotros estamos preparados para hacer esto con nuestras propias creencias?».

Es interesant­e este punto de vista. Porque hay días en España en los que parece que todo el mundo –usuarios de las redes, partidos políticos y periodista­s– tienen su propia posverdad. Y, oye, tan a gusto.

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