«Hitler no soportaba los mataderos de animales»
Pregunta.– ¿Qué le empujó a escribir una novela partiendo de la historia real de Margot Wölk, una de las 15 catadoras de Hitler?
Respuesta.– Sobre todo, saber que se vio obligada a hacerlo sin ser nazi. Wölk no creía en Hitler, no quería salvarlo, pero se vio obligada a hacerlo y a poner en peligro su vida por él.
P.– ¿Era entonces una víctima?
R.– Arriesgar sin desearlo, su vida por Hitler, la convertía en víctima. Pero también era cómplice, porque al catar la comida de Hitler contribuía a salvar al mal absoluto, a mantener con vida al mayor criminal del siglo XX. Esa contradicción es lo que me deslumbró, me parecía que sintetizaba muy bien la contradicción de toda la Humanidad.
P.– ¿En qué sentido?
R.– La de Margot Wölk nos parece una historia especial, sin embargo es normalísima. Cualquier ser humano tiene la posibilidad de acabar consintiendo y apoyando un régimen totalitario para sobrevivir, empujado por el instinto de supervivencia.
P.– Rosa Sauer, el personaje inspirado en Margot Wölk, nunca ve en persona a Hitler...
R.– Margot Wölk nunca lo vio. Las catadoras no eran dignas de entrar en la
Wolfsschanze [la guarida del lobo, uno de los cuarteles militares de Hitler durante la II Guerra Mundial].
P.– Hitler, en su novela, es profundamente contradictorio. Ordena el asesinato de seis millones de judíos, pero no come carne porque los mataderos le parecen crueles.
R.– Sí, lo sabemos gracias a las memorias de una de sus secretarias. Efectivamente, es absurdo que alguien como Hitler no soportara los mataderos. Tan absurdo como que el mismo año en que promulgó las leyes raciales que fueron el punto de partida del exterminio de los judíos, prohibió cortar la cola y las orejas a los perros, una práctica entonces bastante habitual. También era muy goloso, de vez en cuando se daba atracones de chocolate, a pesar de sufrir problemas intestinales, y luego se ponía a dieta severa, ayunaba y perdía un montón de kilos. Era alguien con problemas de alimentación, un neurótico, un paranoico, un absurdo, un psicópata.
P.– El régimen nazi ofrecía una imagen heroica de Hitler. Sin embargo, usted lo humaniza: cuenta que sufría flatulencias y que para combatirlas tomaba hasta 16 pastillas al día.
R.– Sí, me interesaban esas dos caras. Algunos me reprochan haber narrado a Hitler como ser humano, pero es que era un ser humano, y es un acto de responsabilidad recordar lo que los seres humanos hacen a otros seres humanos para que no se repita. Hitler, efectivamente, tenía problemas gastrointestinales y de flatulencias, y contarlo supone pasar de divinizarlo a ridiculizarlo.
P.– Hitler, un psicópata, llegó al poder. ¿Cree que hoy en día hay neuróticos gobernando?
R.– Si lo dice por Matteo Salvini [ministro del Interior y vice primer ministro italiano], me parece que es basura, pero no un neurótico. Es un tipo de extrema derecha, mala persona, sin ninguna forma de empatía y que no cree en los seres humanos, sólo en el poder y en una idea abstracta de patria muy similar a la de los regímenes totalitarios. Me parece más neurótico Donald Trump, viste de un modo extraño, inquietante.
Sí, no escogió a ningún judío para catar su comida. Supongo que no quería en casa a quienes consideraba peores que a animales. Además, era un honor poder contribuir a la patria sacrificando la propia vida por Hitler y, por tanto, esa función recaía en los alemanes.