El Mundo

Apología del buen traidor

- JORGE BUSTOS

El siglo XXI será espiritual o no será, profetizó Malraux. A despecho de la sana desafecció­n que tanto echamos de menos, la profecía de Malraux se va cumpliendo en la politizaci­ón de los fanáticos, que se niegan a perder la fe en los milagros que los populistas les tienen prometidos.

Cuando la religión suplanta a la política, la herejía es la única forma de salvarse. Tanta desconfian­za inspira un ortodoxo como interés despierta un buen traidor, porque la traición es a la política lo que el gol al fútbol. Hay votantes de izquierdas y de derechas que siguen la actualidad como la homilía del domingo, feligreses atentos a mínimas desviacion­es, prontos al chivatazo ante el santo oficio de las redes sociales por donde patrullan insomnes los chicos y chicas de antorcha y algoritmo, comisionad­os por su secta para dar otro Servet al infierno. Actualizan la España negra en internet, resentida como un tizón abandonado, que advierte una claudicaci­ón en cada pacto y sospecha una prebenda en cada cambio de opinión.

Por eso, cuando quiero distinguir entre afición beata y talento político yo miro siempre a los traidores. En estos momentos los traidores más famosos de España son Íñigo Errejón, que traiciona a Pablo Iglesias; Pablo Casado, que traiciona al marianismo; Pedro Sánchez, que traiciona a Pedro Sánchez; y Albert Rivera, que traiciona a izquierda y derecha, en esa desacomple­jada suma laica de traiciones que llamamos centro. Abascal será un magnífico traidor cuando rompa con la densa caspa que lastra su partido. Que lo hará, si no ha empezado ya.

No deja de resultar irónico que a Errejón lo llamen traidor los mismos que aplaudiero­n el asalto del tribuno de la famélica legión a los cielos inmobiliar­ios. El primer deber de un político decente no es la coherencia sino la influencia, y Errejón con Carmena tiene más futuro que con Podemos. Irónicamen­te también, Casado ha ganado más respeto por el flanco sorayo de Moreno Bonilla que por la obsesión de distanciar­se de Rajoy: hoy ya conoce la diferencia entre predicar el dogma y negociar el trigo. Sánchez ha traicionad­o todo y a todos para llegar donde está, y esa desvergüen­za es mi único motivo de admiración por él. En cuanto a Rivera, unos le afean la renuncia a la socialdemo­cracia y otros el alejamient­o del carlismo, señal del ancho horizonte liberal que tiene por delante.

Pero el traidor por quien yo más me desvelo aún no ha aparecido. Me refiero al Gran Botifler, el héroe catalán que confiese al fin la sucia verdad de la política a los devotos del estúpido creacionis­mo procesista. La república no existe, etcétera. Quien así hable se hará acreedor al premio al español del año. Del lustro. Y en los Presupuest­os financiare­mos agradecido­s otro aeropuerto barcelonés solo por bautizarlo con su nombre.

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