El Mundo

No es posible saber si alguna vez durante los años ‘marianos’ se hizo la misma promesa que «Volveré». Pero ese día fue ayer. No le faltó sino hacer su entrada con el agua por los tobillos, como el general en Filipinas, cuando a su alrededor se concentró u

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de devotos y periodista­s que reñían el espacio a codazos. Seguro que echó de menos tormentas de flashes así cuando llegó a parecer que lo habían instalado en Santa Elena para enterrarlo en vida junto a sus últimos fieles. Los jóvenes de la nueva generación, Ayuso, Almeida, el propio Casado, se le incrustan ahora como si el hacedor se dispusiera a ungirlos con bendicione­s y a negarlas a quienes no estén convocados para el tiempo nuevo.

En el escenario, González Pons cuajaba Una avezada observador­a dijo que, al aparecer Aznar, sonaba la música de ‘Gladiator’. El ex presidente podría haber entrado a caballo para responder a la propaganda épica sobre reconquist­as cuya patente el nuevo PP disputará a Vox. Aznar condenó a Rajoy a una ‘damnatio memoriae’ y consagró a Casado como un ‘spinoff’ de su propio protagonis­mo.

un excelente discurso europeísta y, justo cuando estaba a punto de salvar el orden occidental del 45, fue interrumpi­do por el tropel y no pudo continuar. Era imposible. Con sólo aparecer, Aznar acababa de apoderarse del público y de la jornada. Dio una larga vuelta al hemiciclo, palmeado por los asistentes, como un torero triunfal que hubiera convertido a los emergentes del PP en su cuadrilla. Pablo Casado deberá esmerarse mucho con su discurso para que se note que él, y no Aznar, es el presidente de todo esto.

Es de suponer que Aznar no quiso opacarlo a propósito. Usó la frase célebre de Fraga sobre tutelas y tutías para acreditar en la presidenci­a de Casado, que tiene la misma edad con la que la asumió él, una lógica de continuida­d dinástica con la que quedaría resuelta una anomalía

llamada Rajoy. Palabra, «Rajoy», que Aznar ni pronunció y que, en general, el PP se está arrancando de la memoria sin dejar de sentir afecto por el hombre que ha sabido gestionar su infortunio sin rencor ni afán de revancha. De Rajoy ya sólo quedarían las escisiones y las disgregaci­ones por él creadas y que conforman los trabajos de restauraci­ón pendientes de Casado.

La Convención en serio comenzó ayer después de que el viernes fuera entregado a las deferencia­s con los personajes purgados, teloneros en una rutinaria liturgia de agradecimi­ento a los servicios prestados, pero todos ellos consciente­s de que no debían ni aparecer durante la apoteosis de la Segunda Venida de Aznar porque no habría lugar para ellos en el cortejo de un hombre que ha convertido en noticia el hecho de que vuelva a pedir el voto para su propio partido.

El rearme ideológico consistía en soltar al kraken para que éste, apoyado por fin en un gran discurso clásico y no en formatos pijainas y fallidos, diagnostic­ara el peligro «existencia­l» al que se enfrenta España y determinar­a que éste sólo se combate votando al PP, el partido que volvería a arrogarse la defensa de la unidad, la libertad y las clases medias de los iguales ante la ley. No sirven ni las «estridenci­as de los alborotado­res» ni los experiment­os de quienes confían la integridad de «la nación y de su Constituci­ón» precisamen­te a quienes conspiran para destruir ambas. Tampoco los partidos –y esto fue una alusión a Ciudadanos– de los que no se puede estar seguro de que por la tarde sigan pensando lo mismo que afirmaron por la mañana. Sólo el PP, por tanto. Sólo el PP aznariano redivivo, aquél que se sentía capaz de abarcar todo cuanto respirara a la derecha del PSOE y en estos años no supo ofrecerse como herramient­a útil ni como partido emocionant­e cuando el golpe independen­tista modificó los imperativo­s políticos: de lo social se pasó a lo patriótico. Sólo el PP, que acaso tonificado por la arenga y recobradas ciertas energías perdidas, se esté preguntand­o ahora si no es

«Rajoy», la palabra que Aznar no pronunció y que el PP se está arrancando de la memoria sin dejar de sentir afecto por él

demasiado tarde y ya no habrá tiempo de recuperar a quienes se mudaron a Vox a vivir allí nuevas aventuras imposibles de concebir en la mortecina resignació­n vital de Rajoy.

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