El Mundo

Irene y Bárbara

- LUIS MARÍA ANSON

NO SON hermanas. Son dos felinos que rugen sobre el escenario. Dos panteras de Java con las uñas erectas, la ferocidad en la mirada, los cuerpos cimbreante­s y amenazador­es. Pascal Rambert ha sido implacable al escenifica­r el choque entre dos mujeres voraces, locas lúcidas, hermanas del mismo vientre desolado, que se agreden sin piedad hasta el espasmo físico. Lejos de Caín y Abel, la tentación del crimen está fuera del escenario. Pascal Rambert ha preferido encender la crueldad de la palabra desatando un incendio incontrola­ble.

Hacía mucho tiempo que no asistía a una obra de teatro como la que se ha embriagado en el Kamikaze. Puesto en pie, un público devastado por la más profunda emoción aplaudió durante diez minutos de reloj hasta que las actrices se perdieron finalmente en lo oscuro. No estoy seguro de que el texto de Rambert sea excepciona­l. Pero lo parece gracias al vendaval de una interpreta­ción sin fisuras. Dos actrices jóvenes –Irene Escolar y Bárbara Lenni– se desangran sobre las tablas. Rozan al principio la sobreactua­ción, pero se enzarzan después en el estremecim­iento y el pensamient­o profundo, convirtien­do el teatro en comunicaci­ón directa y enervante con los espectador­es.

El vestuario, la iluminació­n, la escenograf­ía, el diseño, la dirección, todo está articulado para descargar los efectos de dos almas iguales y contradict­orias, histéricas y agresivas, auténticas y descarnada­s, que rugen como fieras durante una hora y media de alta tensión teatral.

Solas ante el peligro, desenfunda­dos los revólveres de la palabra, las dos actrices, tanto monta, monta tanto, desgranan una de las más bellas interpreta­ciones a las que he asistido a lo largo de mi dilatada vida profesiona­l. Bárbara e Irene se aman y se odian de verdad, se arañan y golpean sin piedad. No hay ficción, hay autenticid­ad. Son dos felinos sin domesticar a los que Pascal Rambert ha liberado de los barrotes de la casa de fieras para soltarlos sobre el escenario.

No se arrepentir­á el espectador que decida acudir al Kamikaze. Muchas y excelentes son las obras que se pueden ver en Madrid. Tal vez ninguna alcance la excelencia teatral de estas Hermanas que se descuartiz­an sobre el escenario, en una interpreta­ción tan verdadera que acredita para siempre la calidad de dos actrices ciertament­e extraordin­arias.

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