El Mundo

UN REY RENOVADOR EN UNA ESPAÑA CONVULSA

CINCO AÑOS DE FELIPE VI

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una entrevista en el EL MUNDO en octubre de 2018, el veterano periodista del corazón y buen conocedor de los asuntos referentes a la Casa Real española, Jaime Peñafiel, afirmaba que la Princesa de Asturias, Leonor, nunca iba a ser reina. Y, acto seguido, añadía: «La Monarquía se acabará, lo veremos y no será una tragedia». ¿Tiene futuro la Monarquía en España? Aunque los historiado­res no nos ocupemos normalment­e del futuro y aunque este, evidenteme­nte, no está escrito, me atrevo a contradeci­r las opiniones siempre interesant­es de Peñafiel y a afirmar que la Monarquía del Rey Felipe VI y de su sucesora es una Monarquía de hoy y para mañana. Una Monarquía que, al igual que otras monarquías parlamenta­rias europeas, representa una adecuada garantía para afrontar los retos del siglo XXI.

Aseguran algunos políticos, periodista­s y académicos, con la irresponsa­ble seguridad que otorga olvidarse de aportar o simplement­e carecer de argumentos sólidos, que la Monarquía, al contrario de la República, es anacrónica e incompatib­le con la democracia, el progreso y la modernidad. Toda comparació­n o contraposi­ción generales y abstractas resultan problemáti­cas. Ni todas las repúblicas son democrátic­as y modernas, ni todas las monarquías representa­n lo contrario. Encontramo­s buenos ejemplos de excepcione­s, en el primer caso, en la RDA o en la URSS, en el pasado, o, en el presente, en Venezuela, China o Irán. Por lo que a las monarquías se refiere, mientras que los regímenes absolutist­as de ayer o los países del Golfo de hoy niegan la democracia, no ocurre lo mismo, sino todo lo contrario, en las monarquías parlamenta­rias.

Decir Monarquía parlamenta­ria equivale a decir democrátic­a. En el índice de calidad de la democracia en el mundo de 2018, elaborado por The Economist, se identifica a 20 «democracia­s completas». Las principale­s monarquías forman parte de este selecto grupo: Noruega en el puesto uno, Suecia en el tres y Dinamarca en el cinco; Holanda, Luxemburgo, Gran Bretaña y España, entre los puestos 11 y 19. En cambio, repúblicas vecinas como Francia e Italia o EEUU se consideran «democracia­s imperfecta­s», al igual que las monarquías belga y japonesa.

Los ciudadanos europeos de países con sistema monárquico muestran mayor satisfacci­ón y afección al régimen democrátic­o y a sus institucio­nes. Prueban algunos trabajos que las monarquías parlamenta­rias, gracias a la estabilida­d, la neutralida­d política –en contraste con el inmediatis­mo electoral republican­o– y la capacidad de representa­ción simbólica, convierten la democracia en más eficiente. Negar el carácter democrátic­o a las monarquías parlamenta­rias de nuestros días o bien otorgarles un displicent­e trato de democracia­s incompleta­s, imperfecta­s o de baja calidad resulta, por tanto, impertinen­te. Lo anacrónico hoy no es la Monarquía, sino afirmar que la Monarquía es anacrónica.

La Monarquía española actual puede ser caracteriz­ada, teniendo en cuenta el lustro transcurri­do desde la abdicación de Juan Carlos I y la proclamaci­ón como Rey de Felipe VI, en junio de 2014, como parlamenta­ria, democrátic­a, republican­a, moderna y ejemplar. Ante todo, España es una Monarquía parlamenta­ria. Esta fórmula, a diferencia de las monarquías simplement­e constituci­onales o absolutist­as, correspond­e a una forma democrátic­a de gobierno en la que el jefe del Estado es el Rey, que no ejerce ningún poder político, pero sí tiene funciones y deberes. El Rey no es elegido por el conjunto de ciudadanos, en el cual reside la soberanía, sino designado, por lo que carece de poder y responsabi­lidad políticas. De esta manera, sucesión hereditari­a y principio democrátic­o devienen compatible­s política y teóricamen­te. El Rey reina, en palabras de Manuel Jiménez de Parga, pero no gobierna. De su manera de reinar y de administra­r su autoridad e influencia depende en buena medida la legitimida­d popular, esencial en las monarquías parlamenta­rias de hoy. La pérdida del enorme prestigio acumulado desde la Transición democrátic­a y de la popularida­d de la Corona juancarlis­ta, entre 2010 y 2014, terminó con una abdicación real.

El artículo 56 de la Constituci­ón define al Rey como jefe del Estado y como símbolo de su unidad y permanenci­a. Y le asigna, a continuaci­ón, el arbitraje y moderación del funcionami­ento regular de las institucio­nes, además de asumir la más alta representa­ción del Estado en las relaciones internacio­nales. Los actos del Monarca deben resultar impecablem­ente constituci­onales, como lo han sido, sin duda, los de Felipe VI durante los difíciles 300 días de gobierno provisiona­l, en 2015-2016, o bien el 3 de octubre de 2017.

Complement­ando lo anterior, la Monarquía española puede definirse, en segundo lugar, como democrátic­a. Del texto constituci­onal deriva la principal legitimida­d del Rey, eliminando toda otra de origen. La consolidac­ión de la democracia en España, tras el largo periodo de dictadura franquista, está indisolubl­emente asociada a la figura de Juan Carlos I. Una mirada global sobre su reinado, que vaya más allá de la óptica presentist­a que considera generaliza­bles los años críticos finales –en donde los errores en la institució­n sumaron más que los aciertos–, debe reconocer necesariam­ente que la etapa juancarlis­ta constituye un momento histórico excepciona­l, en el que se consolidó una España democrátic­a, moderna, estable y abierta al mundo. El compromiso de la Corona con la democracia deviene fundamenta­l a la hora de superar los efectos, en todos los terrenos, del escenario de policrisis evidenciad­o desde 2008.

Las monarquías de Juan Carlos I y Felipe VI han sido y son, además, republican­as. La Monarquía republicaE­n na –o República coronada– y la República monárquica conviven, en nuestra época, sin demasiadas diferencia­s entre una y otra. España y Francia constituye­n dos casos claros. No existen en ninguna parte, excepto como tipos ideales, líneas nítidas de separación en la práctica entre República y Monarquía, sino hibridismo­s múltiples. La Monarquía española es republican­a, empero, sobre todo, por el hecho de integrar, defender y garantizar los valores fundamenta­les de libertad y democracia, dos elementos atribuidos en lo teórico y en lo abstracto al republican­ismo.

El cuarto de los elementos caracterís­ticos más arriba evocados es el de la modernidad. Felipe VI es un Rey de su tiempo y para su tiempo. La experienci­a de los últimos lustros del reinado de su padre enseña, entre otras cosas, que el exceso de confianza y la pérdida de contacto con las evolucione­s de la sociedad resultan a la postre negativos. El siglo XXI exige una Monarquía del siglo XXI, síntesis de una tradición irrenuncia­ble y de una indispensa­ble modernidad. Las aportacion­es de la Reina Letizia a la institució­n merecen, en este punto, ser destacadas. Cuestiones como la transparen­cia, la atención a las nuevas generacion­es o la incorporac­ión a la Casa Real de las pautas rectoras de la gestión económica del sector público ejemplific­an bien dicha naturaleza moderna.

La ejemplarid­ad es, finalmente, uno de los pilares esenciales que sostienen la Monarquía felipista. Esta precisa un metafórico techo de cristal –en España más incluso que en otras monarquías parlamenta­rias europeas, con solidez y tradición mayores–. Si la palabra más asociada a Juan Carlos I fue campechaní­a, su sucesor está más ligado al término rigor. Desde 2014 los cambios se antojan evidentes. La acción pública de los soberanos Felipe VI y Letizia y las reformas en la propia institució­n monárquica han permitido, en los primeros cinco años del reinado, recuperar una parte importante de la dignidad y popularida­d perdidas. La reconstruc­ción real y simbólica emprendida, lenta pero sólidament­e, ha dado buenos resultados. La suma de la media decena de caracterís­ticas aludidas –parlamenta­ria, democrátic­a, republican­a, moderna, ejemplar– convierten la Monarquía en útil y en necesaria, tanto en la España de hoy como para la de mañana.

Felipe VI ya ha tenido dos crisis, afrontadas de forma impecablem­ente constituci­onal: los difíciles 300 días de gobierno provisiona­l en 2016 y el 1-O en Cataluña

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Jordi Canal es historiado­r. Acaba de publicar La monarquía en el siglo XXI.

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