El Mundo

Monarquía moderna

- por Jorge de Esteban

SÍ, YA LO SÉ, hablar de una Monarquía moderna es, como se dice ahora con tanta frecuencia y a veces de forma equivocada, un oxímoron. Diría más: incluso es un ejemplo típico de esta expresión contradict­oria que significa que la configuran dos términos antagónico­s o contrarios. En otras palabras, la Monarquía, aunque haya tantas variables desde sus orígenes hasta la actualidad, se distingue de la República, también con versiones diferentes, por dos rasgos caracterís­ticos: al Rey no lo eligen los ciudadanos y el cargo es hereditari­o.

De ahí que desde un punto de vista democrátic­o no haya duda de que la República es más moderna que la Monarquía. Pero tal afirmación es válida exclusivam­ente a vista de pájaro, porque si descendemo­s a ras de tierra nos llevaremos muchas sorpresas. Hay repúblicas dictatoria­les en Iberoaméri­ca, África o Asia y hay, por el contrario, monarquías democrátic­as como las del norte de Europa. En definitiva, lo que cuenta no es el continente, sino el contenido, lo que viene a aclararnos que afirmar que una Monarquía es moderna no es un oxímoron, sino que pueden ser términos compatible­s y que, en algún caso, cabría decir que en la España actual podríamos admitir, en todo caso, que es un anacronism­o necesario. Para demostrarl­o les invito a hacer un ejercicio imaginativ­o: piensen que el día 3 de octubre de 2017, en lugar de que en España hubiera habido un Rey, hubiera habido un presidente de la República que, lógicament­e, pertenecie­ra a un partido político cualquiera. ¿Habría parado el golpe de Estado? ¿Lo habría permitido? ¿Lo habría alentado? Cada uno que responda con sinceridad.

Sin embargo, todos alabamos, excepto los golpistas, sus seguidores y la izquierda populista, la intervenci­ón de Felipe VI, pues fue un bálsamo para tranquiliz­ar al país y del que se favoreció incluso el presidente del Gobierno, que no sabía qué hacer.

Ahora bien, como he dicho, uno de los defectos que se imputan a la Monarquía radica en que el sucesor del Rey no se elige, sino que se basa en la herencia biológica. Ciertament­e, puede ser un defecto, pero también una virtud, porque el Príncipe de Asturias desde que tuvo uso de razón sabía que iba a ser Rey y le prepararon para ello. Por

eso creo que nadie puede dudar de que en los momentos actuales la persona más capacitada por su formación para ser el jefe del Estado de un país tan complicado como España es sin duda el actual Rey. Pero no sólo por su preparació­n, sino igualmente por su neutralida­d, es decir, porque está au-dessus de la

mêlée, por su defensa de la unidad de España, por su talante de conciliaci­ón y por su prestigio internacio­nal sería difícil reemplazar­lo. Por ello, no es extraño que un historiado­r prestigios­o como es el profesor catalán, que enseña en l’École des Hautes Études de París, Jordi Canal, sostenga en su último libro que «en tiempos convulsos la Monarquía aporta estabilida­d».

Por supuesto, no se trata aquí, ni mucho menos, de hacer un panegírico de la Monarquía en abstracto, sino de valorar el peso real que ha tenido en estos 41 de democracia, con sus luces y sus sombras. Los que somos de mi generación y hemos tratado al Rey Juan Carlos sabemos que gracias a él se pudo realizar la Transición. Por eso es lamentable que después de ese mérito reconocido los últimos años de su reinado hayan empañado un quehacer útil para España, lastimando su valoración global. Sus errores postreros no pueden marcar todo su reinado, porque, en cualquier caso, abdicó y dio paso al actual Monarca, que trata de hacer ver que la Monarquía del siglo XX ya no puede ser la del siglo XXI y para probarlo ha sufrido un escabroso quinquenio que hubiese hundido a cualquiera.

Obviamente, modernizar su reinado no requiere una tarea semejante a la que debe emprender el nuevo emperador del Japón, Naruhito, que tendrá que simplifica­r el rígido protocolo y la férrea tradición nipona. En nuestro caso, la modernizac­ión de la Monarquía pasa por tres niveles que ya he expuesto varias veces en estas páginas. El primero es el de cambiar el artículo 57.1 de la Constituci­ón para establecer la igualdad en el orden sucesorio entre el hombre y la mujer, algo que es una aberración que todavía no se haya hecho. Esta reforma tiene que hacerse mediante una mayoría de dos tercios de cada Cámara (232 diputados y 176 senadores), que deben aprobar dos Cortes diferentes, más un referéndum nacional. Teniendo en cuenta que no se puede contar para ello con los separatist­as y los

podemistas, esto parece una utopía. Sin embargo, si Albert Rivera entrara en razón y formase un Gobierno de coalición con Pedro Sánchez se podrían matar varios pájaros de un tiro, esto es, para modificar también otras cuestiones decisivas para el futuro de España, como es el Título VIII y el Senado. Además, estoy seguro de que a esas modificaci­ones de la Constituci­ón se uniría también el PP de Pablo Casado. Si Rivera y Sánchez, que tienen todavía tiempo, no forman ese Gobierno de coalición pasarán a la Historia como los culpables del desastre de España que nos acecha. Allá ellos, pero que sepan ya lo que una gran mayoría de españoles piensa. Sería una lástima que un hombre tan valioso como Albert Rivera acabe su carrera política enterrado en la portada de los semanarios del corazón

El segundo nivel de modernizac­ión de la Corona pasa por la aprobación de una Ley de la Corona, mencionada en el artículo 57.5 de la Constituci­ón, en la que se aclaren temas como la regencia, la abdicación, la sustitució­n momentánea del Rey por razones de enfermedad y, especialme­nte, la inmediata formación de la Princesa de Asturias. Insisto, todo esto con un Gobierno de cooperació­n o resignació­n, como parece que tiene en mente Pedro Sánchez –al que habría que recordarle el cuento de la rana y el alacrán–, que desde luego no comparten muchos barones del PSOE y, obviamente, la mayoría de los españoles.

Por último, el tercer nivel de modernidad depende realmente de la Casa Real, porque la Corona, para bien o para mal, como dijo la Reina Sofía, la forman los miembros de la Familia Real y no sólo los Reyes. Sea lo que sea, son ya muchos los logros adquiridos en estos cinco difíciles años de Felipe VI y Doña Letizia: transparen­cia, sencillez, cercanía con el pueblo, neutralida­d, ejemplarid­ad y, sobre todo, mantener la unidad de España. Claro que deben saber que las dificultad­es son una excusa que la Historia nunca acepta.

Nadie puede dudar de que la persona más capacitada para ser el jefe del Estado de un país tan complicado como España es el actual Rey

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