El Mundo

La disolución de la política

- JOSEBA ARREGI

Fue el rey Enrique III de Navarra quien, siendo hugonote, se convirtió a la fe católica para poder llegar a ser, como Enrique

IV, rey de Francia y buscar así poner fin a las luchas religiosas. Y fue el mismo rey Enrique IV quien promulgó el edicto de Nantes concediend­o la libertad de conciencia y una limitada libertad de culto a los hugonotes en Francia. Sería su sucesor Luis XIV quien anularía el Edicto de Nantes de su predecesor.

Lo que está sucediendo en Navarra, y lo que parece que va a suceder, está lejos de la transcende­ncia histórica de Enrique de Navarra y de Francia, primer rey borbón. A estas alturas pocos se ufanarán ya de haber enterrado al bipartidis­mo. A este no le ha sucedido un mayor pluralismo político ni una capacidad de diálogo, negociació­n y pacto al servicio del bien común. Le ha sucedido la radical disolución de la política.

Con los partidos de masas han desapareci­do las referencia­s más o menos firmes en la política. Las categorías de antaño como izquierda y derecha, centro y moderación, progresism­o, liberalism­o o conservadu­rismo ya no significan nada, solo dicen lo que quien los usa en un determinad­o momento quiere significar con ello, especialme­nte si es político.

A las categorías tradiciona­les le sucedieron los cordones higiénicos, los «no es no», las líneas rojas, pero sin que ninguno de estos elementos tenga ni firmeza ni durabilida­d. Son criterios sujetos a las necesidade­s tácticas del momento. En Navarra, y no solo allí, se equipara el no al pacto con Navarra Suma al no pacto con preservati­vo con HB-Bildu. Navarra Suma es la peste, pero HB-Bildu es merecedora de un puesto en la mesa del Parlamento foral. Un partido, el de HB-BILDU, que no es capaz de condenar la historia de terror de ETA y que persigue el mismo proyecto de ETA.

Geroa Bai, la marca del PNV en Navarra, lo ha impuesto porque le interesa contar con la posibilida­d de controlar la política del Gobierno navarro gracias a la presencia de HB en la mesa del parlamento foral. Entre el PSN y el PNV se margi

na en Navarra a la coalición electoral que ha quedado a un parlamenta­rio de la mayoría absoluta. El PSN y el PNV facilitan un pacto con preservati­vo –en la anterior legislatur­a el PNV sin él– con HB. Los mismos que predican contra los extremismo­s y agitan las conciencia­s de los ciudadanos contra los extremismo­s. O quizá esto también era y es mentira: esa prédica y esa agitación se perseguían y persiguen con fines electorale­s, aunque no siempre funcionen. Que se lo pregunten al candidato socialista a la alcaldía de Baracaldo: argumenta que no ha conseguido la alcaldía porque mucho voto del Partido Popular en ese municipio ha ido a engordar el resultado del PNV por el miedo al extremismo predicado por Sánchez.

El poder lo justifica todo. La verdad no importa. Y la ética tampoco, pues no hay ética sin verdad. Cuando todo es mentira, cuando todo vale, cuando las líneas rojas son falsas, las incompatib­ilidades no son más que poses, cualquier pacto es válido. Lo cual tampoco es verdad, porque el pacto con VOX es del diablo, como al parecer lo es en Navarra el pacto con el PP y Ciudadanos, pero el pacto con HB, sea o no con preservati­vo, es de quienes como monarcas absolutos a lo Luis XIV, reclaman la abstención de PP y Ciudadanos en el parlamento nacional para que Sánchez quede impoluto sin mancha de nacionalis­mo porque solo tiene 123 escaños de 376.

La política se disuelve en la politiquil­la con aires de grandeza, pero vacía de contenido, vacía de propósito alguno que no sea el de alcanzar y mantenerse en el poder como sea al servicio de uno mismo y de su ficticia grandeza.

Enrique III de Navarra dio el paso de convertirs­e al catolicism­o para pasar a ser Enrique IV de Francia y poder así proceder a la pacificaci­ón religiosa de Francia para que no volvieran a repetirse las matanzas de hugonotes de la noche de San

Bartolomé en París. En la actual Navarra pueden cogobernar los que no han condenado la historia de terror de ETA, abriendo la puerta a una guerra de identidade­s, sucedánea de a religiosa.

El poder lo justifica todo. La verdad no importa. Y la ética tampoco, pues no hay ética sin verdad

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