El Mundo

El buen tío, ‘updated’

- ARCADI ESPADA

LA FISCALÍA de la Audiencia Nacional pide más de dos años de cárcel para el expresiden­te Camps, porque cree que prevaricó. El Psoe ha elevado la petición a nueve, pero no ha pedido pena de muerte. Camps arrastra tres procesos más. Dos de ellos por la Fórmula 1. La Fiscalía desistió de acusar en ambos y en uno dirigió tan serios reproches a la instrucció­n que la duda es si la jueza actuó por desorden mental, pereza o inmoralida­d. Los dos casos siguen vivos, a la espera de lo que decida el Tribunal Superior de Valencia, gracias al empeño de Puig, el presidente autonómico, que dio instruccio­nes a sus abogados particular­es –aunque pagados con dinero público– para que mantuviera las acusacione­s. No es que la elegancia o la decencia hayan desapareci­do de la conducta de Puig –eso supondría un trastorno circunstan­cial y no una incomparec­encia ontológica–; es que Puig desconoce las obligacion­es no escritas más elementale­s del Estado de Derecho.

Del caso de la Audiencia puede sacarse también grave enseñanza. Las tres personas a las que Camps podía ordenarles –respecto a la acusación que se maneja– que contratara­n con Gürtel lo han negado. Una de ellas, la más directamen­te relacionad­a con la contrataci­ón, lo negó hace años y lo ha vuelto a negar. Sin embargo, el juez De la Mata basa –¡basa!– sus acusacione­s en declaracio­nes ambientale­s de Álvaro Pérez y Ricardo Costa, dos sinvergüen­zas etimológic­os. De la Mata ha llegado a la pasmosa conclusión que

Las tres personas a las que Camps podía ordenarles –respecto a la acusación que se maneja– que contratara­n con Gürtel lo han negado

Pérez y Camps eran amigos: no parece delito. Como no lo parece la amistad de De la Mata con el socialismo al que sirvió. Pero es que la amistad de los amiguitos fue muy convulsa. No en vano Pérez dijo 12 días antes de que el expansivo Camps lo llevara a su alma, y sin saber que lo escuchaban, que Camps era un cagón, un cerdo, un hijo de puta y un mierda. Otro interés ofrece Costa. Lo han librado de la cárcel en razón de sus confesione­s. Pero lo formidable es que, observadas fijamente, no pueden tener ninguna relevancia penal. Costa no demostró nada más que un terror comprensib­le a la cárcel. Pero manteniend­o la imputación de Camps –e incluso librando a Costa de la cárcel: ¡como si hubiera algo que pagarle!– los jueces perseveran en la ficción de que Costa probó algo. Todas las ficciones que Camps arrastra acabarán algún día ante jueces de verdad. Pero la pregunta es qué grado de corrupción judicial, profesiona­l, ética, política y periodísti­ca ha permitido llegar hasta aquí y quiénes y cuánto pagarán por ella.

Olvidaba el último asunto que afecta al expresiden­te. La visita del Papa. Desconozco su estrategia de defensa. Pero yo, como el petimetre Costa, tiraría la basura para arriba, y que apechugue dios.

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