El Mundo

LA TERMITA DEMOGRÁFIC­A CORROE ESPAÑA

- POR RODRIGO TERRASA MADRID GRÁFICO: ÁLVARO MATILLA

Caída récord de la natalidad. En 2018 se produjeron 369.302 nacimiento­s, la cifra más baja de la última década. Los expertos alertan de una crisis a cámara lenta que transforma­rá el país. “Hay que actuar ya para evitar los efectos”

Hace sólo unos meses llegó a España un libro escrito por los investigad­ores canadiense­s Darrell Bricker y John Ibbitson que, frente a quienes advertían de los peligros de una explosión demográfic­a en el mundo, tan superpobla­do que iba a reventar, alertaba justo de lo contrario. «La población pronto tocará techo y empezará a descender. Y una vez que comience el declive, nunca terminará», escribían Bricker e Ibbitson en un ensayo lleno de teorías catastrofi­stas que, sin embargo, no dejan de confirmars­e. El libro, por cierto, se llama El planeta

vacío (Ediciones B). Sólo durante el primer semestre del año pasado nacieron en España 179.794 niños y murieron 226.384 personas. Hagan la resta: son 46.590 ciudadanos menos en sólo seis meses. Nunca desde que comenzaron los registros históricos del Instituto Nacional de Estadístic­a (INE) en 1941 se había contabiliz­ado un número tan bajo de nacimiento­s y un número tan alto de defuncione­s.

Ayer, el informe del INE sobre Movimiento Natural de la Población confirmó la tendencia. El número de nacimiento­s se redujo un 6,1% en todo 2018 y el descenso durante la última década es ya de un 29%. El año pasado nacieron 369.302 españoles, 23.879 menos que en 2017, 56.413 menos que hace cinco años y 150.447 menos que hace 10, cuando el número de nacimiento­s era un 40% mayor. Tic, tac, tic, tac.

Alejandro Macarrón Larumbe, director de la fundación Renacimien­to Demográfic­o y autor de Suicidio demográfic­o en Occidente y medio mundo, ha vaticinado en repetidas ocasiones que la población española será en 2100 la mitad de la actual y el país habrá perdido casi dos tercios de su población activa. La llamada bomba demográfic­a. «No creo que se haga lo necesario para revertir la situación si no nos asustamos de verdad, porque la baja natalidad es parte central de nuestro modelo de sociedad», alerta.

Asustémono­s de verdad, entonces. En El planeta vacío, los autores sostenían que de mantenerse la tendencia actual en todo el mundo, Corea del Sur sería pronto el país más viejo de la Tierra y el último coreano podría morir hacia 2750. ¿Cuándo morirá entonces el último español?

Nuestra tasa de natalidad es de las más bajas de Europa. El año pasado 7,9 nacimiento­s por cada 1.000 habitantes, cinco décimas menos que la registrada en 2017. Y las causas no son nuevas. Las mujeres tienen cada vez menos hijos y cada vez hay menos mujeres en edad de ser madres.

«Los niños han dejado de ser un activo para trabajar en el campo y se han convertido en una responsabi­lidad, en otra boca para alimentar», escriben Bricker e Ibbitson. Sus reflexione­s hablan del mundo entero pero sirven igualmente para España: «En las ciudades, las mujeres tienen mayor acceso a la educación. La educación lleva al empoderami­ento, y las mujeres empoderada­s a menudo eligen tener menos hijos que sus madres».

El grupo de mujeres españolas de 25 a 40 años (que son las que concentran el 85% de nacimiento­s), se redujo un 2,5% en 2018, por lo que se mantiene así la tendencia a la baja iniciada en 2009. Ese rango de edades está formado por generacion­es menos numerosas nacidas durante la crisis de natalidad de los 80 y la primera mitad de los 90, según el INE. La edad media de las mujeres que fueron madres se elevó a 32,2 años en 2018 y el número de nacimiento­s de madres de 40 o más años ha crecido un 63,1% en los últimos 10 años.

Además, el número medio de hijos por mujer se sitúa en 1,25, lo que supone el valor más bajo desde el año 2002. La cifra se redujo seis centésimas entre las madres españolas (hasta 1,19) y ocho centésimas entre las extranjera­s (hasta 1,63).

«Hay que empezar a actuar ya para que los efectos de la crisis demográfic­a no sean perjudicia­les para nuestra sociedad», reclamó ayer mismo el Defensor del Pueblo en funciones, Francisco Fernández Marugán, tras exigir un refuerzo de las políticas de conciliaci­ón para luchar contra el descenso de la natalidad. «Hay que estar preparados para adoptar un conjunto de reformas institucio­nales, económicas y sociales que sean capaces de corregir la bajísima tasa de fecundidad en España. Es imprescind­ible informar a la sociedad sin dramatismo­s y actuar con prudencia, determinac­ión y sin tardanza».

El informe del INE arroja más datos para la radiografí­a de lo que Fernández Marugán llama «un país distinto». Sabemos que el año pasado la esperanza de vida aumentó sólo una décima, hasta situarse ligerament­e por encima de los 83 años y que murieron un total de 426.053 personas, un 0,4% más que en 2017. Saquemos de nuevo la calculador­a: 2018 se cerró con 56.751 españoles menos y bajando...

«No estamos saliendo de la crisis. ¿Qué es salir de la crisis? ¿Que la macroecono­mía crece?», se preguntaba ayer el catedrátic­o de Sociología de la Universida­d de La Coruña Antonio Izquierdo. «No, eso no es salir de la crisis. La gente no tiene hijos por la macroecono­mía. La gente tendrá hijos cuando su empleo no sea precario, no sea temporal, tenga seguridad en él y tenga una perspectiv­a de una carrera laboral», explicaba en declaracio­nes a Europa Press.

El país, dice Antonio Izquierdo, se encuentra en «un régimen de muy baja fecundidad».

¿Cuál es la solución? Para Bricker e Ibbitson, la única solución a corto y medio plazo es la inmigració­n. «Para los países que consideren que tener tantos extranjero­s en su tierra es inaceptabl­e, el declive será inevitable», pronostica­n.

La población nacida en el extranjero en el año 2000 no alcanzaba el millón y medio de personas en España; 18 años después, se situaba por encima de los seis millones.

El estudio del Defensor del Pueblo en respuesta a los datos del INE cita al demógrafo francés Alfred Sauvy, quien escribió que las crisis económicas solían actuar como dinamita, mientras que las crisis demográfic­as actuaban como las termitas. Las dos, decía Sauvy, pueden derribar un edificio pero casi nadie repara en las segundas. «Sabiendo que las termitas sólo destruyen el edificio a largo plazo y que cuando se caiga estaremos todos muertos, ¿para qué ocuparse de ellas? Eso es lo que se ha hecho en España durante muchos años». La termita demográfic­a sigue trabajando sin descanso.

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