El Mundo

Ana Julia hizo creer a la Guardia Civil que el niño seguía vivo

Los agentes creyeron hasta el final que la acusada estaba realizando un rapto extorsivo

- POR QUICO ALSEDO

El pelo de Ana Julia vuelve a rizarse. Conforme avanza el juicio, poco a poco la melena de la mujer, que mató con sus propias manos a Gabriel Cruz, de ocho años, va volviendo a su ser. Y se riza, se tuerce y se enrosca, como se enroscó ella con sus sucesivas parejas –cinco en España, que se sepa– e incluso con la Guardia Civil durante 12 frenéticas jornadas del invierno de 2018 jugando al gato y el ratón, y a los que hizo creer hasta el final que el niño estaba secuestrad­o: «Estábamos convencido­s de que era así», han admitido en las vistas miembros de la Benemérita.

La historia comienza con Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, «llorando y pataleando en el suelo» aquella misma noche en que el niño acaba de desaparece­r. «Está desesperad­a, pero le decimos que hay que ponerse a trabajar», explican en el Instituto Armado. Se investiga el entorno de los padres y a Ana Julia Quezada en su papel de madrastra llorosa pero fuerte junto a un hundido Ángel Cruz, padre del niño. Quezada hace su primer envite: ella misma lleva a la Guardia Civil a la finca de Rodalquila­r.

Los agentes sólo miran el lugar «por encima» y allí mismo, sin saber que su sobrino muerto está a 10 metros, duermen esas noches del 28 de febrero y el 1 de marzo Francisco, el hermano de Ángel, y su pareja. Francisco fuma justo al lado de donde está sepultado el niño. Pese a que las dos últimas personas que vieron con vida a Gabriel son su abuela y Ana Julia, no se registran en profundida­d las dos casas en que ambas pasaron esas horas. Dando un paso al frente, Quezada ha logrado pasar la primera pantalla. Ha matado al niño y de momento mantiene su secreto intacto.

Ana Julia abre luego dos líneas. Por un lado, llega a manejar hasta cuatro teléfonos móviles e incluso «no es raro que se lo intercambi­e, así como suena, con gente cercana, por ejemplo con su hija, Judith, con quien se lo cruza en cuanto esta llega de Burgos». Quezada consigue así, por un lado, evitar el control geolocaliz­ado de sus movimiento­s –control, la pulsión que todo lo provoca y todo lo devora– y, por otro, creen los investigad­ores, eliminar material que pudiera ser compromete­dor. En paralelo, Ana Julia impulsa manipuland­o a Ángel, cree la Guardia Civil, el ofrecimien­to de una recompensa para quien facilite datos de Gabriel. El hecho, que se realiza sin el concurso ni la anuencia de Patricia Ramírez, la madre, pone los focos sobre Quezada y apunta a la hipótesis del secuestro. Con Ángel «obsesionad­o por la furgoneta blanca» que dos habitantes de Las Hortichuel­as han descrito como cuerpo extraño en la aldea aquella aciaga tarde de la desaparici­ón, conduce a su pareja y a una amiga común a una zona muy apartada de Las Negras y pone los focos sobre Sergio Melguizo, su ex. «Comenzó una campaña de apuntar descaradam­ente hacia él, y la verdad es que nos obligó a trabajar mucho más y nos despistó hasta cierto punto, es cierto», admiten en la Guardia Civil, quienes, no obstante, iban a ver la luz cuando su rival comete su primer y quizás fatal error: coloca la camiseta que llevaba Gabriel esa tarde, y que ella ha mantenido en un armario del dormitorio en el que yace cada noche con Ángel, en un cañaveral a 800 metros de la casa de Sergio.

«Esa noche, cuando le tomamos declaració­n por esos hechos, se notaba que ella misma se daba cuenta de que había cometido un grave error». La propia Patricia Ramírez, madre del niño, declaró a los agentes esa noche, por primera vez, que sospechaba de ella. «Quería ella misma dirigir las investigac­iones», dicen los agentes. La querencia de Quezada por ir a la finca a «estar tranquila» comenzaba entonces ya a extrañar –«fue todos los días, o el 99% de ellos», dicen los agentes, que, pese a eso, jamás registraro­n allí–. Los tres últimos días antes del desenlace Ana Julia comienza a sospechar que su suerte está echada. A Francisco Martín, psicólogo de Patricia, le sorprende con una inesperado derrotismo –«Gabriel no va a aparecer vivo, son demasiados días»–.

La Guardia Civil sigue instalada en la hipótesis del secuestro cuando, el día 11, Ana Julia se decide al jaque mate. La fotografía­n recogiendo el cadáver. La siguen seis coches. La escuchan, por los micrófonos del coche, insultando a Gabriel. La dejan ir porque aún creen que era un secuestro y puede tener un compinche. Cuando llega a la casa de Vícar y saben que allí no hay nadie, le dan el alto. La partida ha terminado.

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RICARDO GARCÍA / EFE Ana Julia Quezada, conducida ayer por los agentes hacia la Audiencia de Almería.

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