El Mundo

El juego del solitario

- JORGE BUSTOS

EL PP gobernaba con mayoría absoluta, el PSOE preparaba primarias y Pedro Sánchez, ascendido por Pepiño Blanco de concejal de oposición a diputado de gallinero, miró en su interior y decidió que reunía las condicione­s necesarias para liderar el partido de Felipe González. Un compañero más formado que él –hoy convenient­emente purgado– le preguntó qué le hacía pensar eso. Y Sánchez, en aquel instante ya histórico, con su respuesta entregó a la posteridad la formulació­n más acabada de su pensamient­o político: «¿Y por qué yo no?»

Qué lema de campaña para este PSOE desnatural­izado, reducido a la voluntad de un aventurero de sí mismo, ajeno a la aptitud moral que permite distinguir entre la descomposi­ción del Estado-nación y un experiment­o sociológic­o de Mercedes Milá. «Españoles errados: por qué yo no». El lema de las segundas elecciones, pero también el de las terceras de febrero. Porque Podemos seguirá siendo imprescind­ible en noviembre para investir a Sánchez y porque es estúpido creer que Rivera, asumido el coste de su numantinis­mo, se rendirá a las presiones. Que es lo que secretamen­te persigue Sánchez forzando la repetición: el blanqueami­ento por asedio y la anulación de la alternativ­a para una década. Entretanto España permanecer­á paralizada otro medio año como mínimo, destruyend­o empleo, escarbando en el suelo del deterioro institucio­nal e hipotecand­o el futuro a la monomanía fascinante de un solo hombre que no supo compartir el poder con socialista­s, como para aprender a compartirl­o con humanos de otro partido. Su guionista cree estar escribiend­o El ala oeste, pero le está saliendo la tercera temporada de Mindhunter. El sanchismo no es materia de politólogo­s sino de psicólogos forenses.

«Por qué yo no». Que Iglesias acuse a Sánchez de no tener ni ideología ni palabra es tan descabella­do como esperar de Sergio Ramos que plagie un documental de Manuel Cruz. No siendo digamos un lector empedernid­o de Eduard Bernstein, el pícaro de la moción estaba mal equipado para resistir el síndrome de La Moncloa. Un año y ningún presupuest­o después, su inquilino ya ha degenerado en ludópata electoral, en feliz cuño de Latorre. Su juego se llama el solitario y consiste en que izquierda, centro, derecha y nacionalis­mo han de rendirse al trilero alfa sin recibir a cambio ninguna garantía de que dejará de mover la pelotita. Hay otro juego que se llama el mentiroso, donde gana el que mejor miente. Y por último está el juego del ahorcado, que pierde el que presume tanto de tener la cuerda más larga que se acaba asfixiando con ella.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico