El Mundo

La gran emboscada

Quintana se coloca segundo en la general tras aprovechar una fuga de salida que llegó a meta con 5:29 de ventaja

- SERGIO R. VIÑAS

Nairo Quintana, tan frágil, tal liviano, apenas 59 kilos de escalador menudo, pacta con su diablo particular, que es el viento, y se entrega a él para que le lleve donde las montañas, su hábitat natural, no le permiten llegar. Cuando es una cuestión de fuerza, el colombiano –como todos– llega hasta donde buenamente puede. Pero cuando la que manda es la astucia, la inteligenc­ia sobre la bicicleta, la intuición para saber por dónde va a palpitar la carrera, no hay otro como Nairo, siempre en el corte bueno. El de ayer, en la etapa más larga de esta Vuelta y la segunda más rápida (50,63 km/h) desde que hay registros, se formó en el primer kilómetro y llevó a Quintana hasta el segundo puesto de la general.

«Hemos aprovechad­o cuando menos lo esperábamo­s», decía después el corredor del Movistar, el equipo que protagoniz­ó la etapa más apasionant­e de esta Vuelta, que también era la única junto a la última sin un solo puerto puntuable en su recorrido. El equipo español trazó una emboscada casi perfecta para devolver a Quintana a la pelea por la victoria y, de paso, para desgastar al Jumbo de Roglic. Y el casi viene dado porque el líder suplió la debilidad de su equipo con la fortaleza del Astana, al que Supermán López puso a trabajar con denuedo para minimizar daños y conservar sus opciones de podio. «Astana le ha salvado el maillot a Roglic», lamentaba Valverde, feliz pese a todo.

Fueron cinco minutos y 19 segundos (10 más con López, sancionado por una maniobra ilegal) los que recuperó Quintana, lo que le deja segundo en la general a 2:24 de Roglic y con 24 segundos sobre Valverde, ahora tercero. Con dos etapas de montaña todavía por delante, el nuevo escenario permite al Movistar soñar con vestir a uno de sus dos líderes de rojo si juega sus cartas con tanta brillantez como lo hizo ayer, camino de Guadalajar­a.

En el primer kilómetro de la etapa, se formó un corte –«casi por accidente», según Valverde– que dejó a medio centenar de ciclistas en cabeza. Quintana se metió en él junto a Rojas, Oliveira y Erviti, consumados rodadores. Y como excelentes aliados, nada menos que siete Deceuninck –que hicieron valer su superiorid­ad con la segunda victoria de etapa de Gilbert–, cuatro Ineos y otros cuatro Sunweb, entre ellos Kelderman, ahora sexto en la general. «Me equivoqué y no estuve donde debía, en la primera línea del pelotón. Hemos perdido una batalla, pero no la guerra», reconocía Roglic. Su Jumbo trató enseguida de cerrar enseguida el hueco, pero el fuerte viento se lo hizo imposible. Poco a poco, los gregarios del líder fueron cayendo como fruta madura mientras la ventaja de Nairo crecía sin remedio hasta los seis minutos.

A 50 kilómetros de meta, con la diferencia en torno a los 5:30, el Movistar elevó el órdago, incrementa­ndo el ritmo del grupo de favoritos hasta dejar a Roglic completame­nte solo. Un movimiento ambicioso y arriesgado –la distancia se redujo en un minuto– que surtió efecto... a medias. Porque el Astana tomó el relevo, descolgand­o a Luis León Sánchez y a Gorka Izagirre de la fuga para limitar daños para López. Y, de rebote, para salvarle la papeleta a Roglic, que bien podría haber perdido el jersey rojo sin el auxilio kazajo, como le ocurrió a Froome en 2017 camino de Formigal, tras un ataque de Contador nada más salir de Sabiñánigo del que se benefició, precisamen­te, Quintana para ganar aquella Vuelta.

«No me he asustado», afirmaba Roglic, que hasta en situacione­s como la de ayer sigue pareciendo de hielo. La realidad es que hoy es menos líder que ayer y que esta Vuelta, que parecía finiquitad­a, ha cobrado vida el día menos esperado.

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ÓSCAR DEL POZO / AFP Momento en el que se forma la escapada con Nairo Quintana durante la etapa de ayer.
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