«Hay gente del PSOE que se ha ido a Vox y no me extraña»
Ex presidente de la Junta de Andalucía
El ex presidente de Andalucía dice que no ha leído la sentencia de los ERE, pero que «la impresion es de demolición interna»
A la guarida de José Rodríguez de la Borbolla y Camoyán (1947), socialista gran reserva, primer cónsul del Círculo Bético Augusto, segundo presidente de la Junta de Andalucía, se llega tras salvar paredes con fotos, caricaturas y recortes de periódico. Su despacho está lleno de libros. En las estanterías, el emperador Adriano, un nazareno del Calvario, la bandera de España y Ava Gardner. Recibiendo el sol meridional de noviembre, un gato se acurruca al lado del busto de su bisabuelo, Rodríguez de la Borbolla Amozcótegui de Saavedra, liberal y ministro de Romanones. Interior día.
Pregunta.– ¿Le duele España? Respuesta.– Sí. Mi idea de España es la que mi generación y las anteriores han contribuido a crear con el acuerdo de todos. Me duele que ahora esté en subasta pública.
P.– ¿Cree en la política?
R.– En la política de verdad, sí. Es un arte noble: exige pensamiento, ideas y valores. No puedes pasar de la iluminación momentánea o de la elucubración ideológica a la acción si no sabes dónde vas. Es legítimo tener ambición, pero al servicio del proyecto y de tu perfil. A gente que ahora está en política le debe costar mirarse al espejo. Dicen un día una cosa y al siguiente, la contraria. En política hay que hacer pedagogía, convencer y tejer acuerdos dentro de un marco de juego.
P.– ¿Ve alguno de estos elementos en la política actual?
R.– Ninguno.
P.– ¿Tampoco en su partido?
R.– La política está centrada en los impactos emocionales. No hay reflexión. A los ciudadanos hay que ofrecerles un discurso que no se limite a decir «Soy de izquierdas» y «Vamos a hacer un Gobierno progresista». ¿Para hacer qué? ¿En qué terreno de juego? ¿Con quién? No basta con autodefinirse. Lo importante es la praxis. España está asaeteada por las emociones y desgajada de todo raciocinio. Por la calle me dicen: «Pepe, ¿cuando volvéis?».
P.– ¿Esto no tiene su origen en las singularidades del sistema del 78?
R.– La Constitución se hizo con un consenso de fondo. Y de todos. Hasta Tarradellas aceptó que todos los territorios tuvieran autonomía. Del modelo constitucional se deriva que todos los territorios deben ser iguales, tener instituciones homogéneas y ser considerados a la hora de modificar algo. Lo que no tiene cabida es la bilateralidad. España se va al cuerno si se atienden las exigencias de los nacionalistas catalanes.
P.– Su partido, tras reunirse con ERC, habla de «conflicto político».
R.– Es una trampa retórica. La demostración de la capacidad de trile de los actuales portavoces, que te cambian una palabra y parece que han descubierto el Mediterráneo.
P.– En el PSOE hay divergencias sobre negociar con los nacionalistas.
R.– Los líderes actuales, sean del PSOE, del PP o de IU, vienen de escenarios viciados, que son las organizaciones juveniles, ámbitos de poder sin súbditos ni destinatarios, donde lo que se aprende es a conspirar. El triunfo es tener poder, da igual para qué. Y el poder se persigue para algo. La generación actual quiere el poder para estar, no para hacer.
P.– ¿No existe en la izquierda española miedo a adoptar una posición clara en Cataluña?
R.– La posición del PSOE muta en función del afán de ocupar el poder, pero ¿para hacer qué? Cataluña ha afectado gravemente al PSOE. ¡Que lo tengan muy claro! Parte de los votos del PSOE se han ido a Vox: no me extraña nada teniendo en cuenta los comportamientos habidos. No podemos ser juncos que se muevan según sopla el viento. Así no hay manera de hacer un proyecto.
P.– ¿Alguien cree en España?
R.– La actual generación de políticos debería. Hay que consolidar el modelo institucional. La reforma de la Constitución es imposible, pero sí pueden cerrarse acuerdos sobre financiación [autonómica] o competencias. Hay que acordar una posición en Europa y hacer algo ante los problemas sociales y laborales.
P.– España está dominada por sus demonios.
R.– Por sus viejos demonios, y todos deberíamos hacer un exorcismo. La derecha tiene que exorcizar el franquismo y el nacionalcatolicismo. En la izquierda debemos exorcizar la II República y la Guerra Civil. Acabaron hace 80 años. El punitismo eterno no lleva a ninguna parte. Y los nacionalistas deberían exorcizar los pasados inventados. Son mentira.
P.– ¿Crear autonomías fue un error?
R.– Esto es como cuando te casas: puedes tener hijos o no, pero si los tienes, están aquí para siempre. La Constitución dio a luz a los 17 seres vivos institucionales que componen España. No podemos tratarlos desigualmente.
P.– ¿Por qué se pervirtió el modelo autonómico?
R.– Hay muchas causas, pero citaré tres: el mimetismo institucional de Cataluña con el Estado, la fronterización de España y la diarrea legiferante, que consiste en copiar todo lo que se legisla en otros sitios. No se pueden poner fronteras en un país donde los ciudadanos son iguales.
P.– ¿Ha sido la democracia muy generosa con los nacionalistas?
R.– El problema no es la generosidad, sino el nacionalismo, que no tiene hartura. No hay más solución que aceptar el consenso constitucional.
P.– ¿Por qué un Gobierno PSOEPodemos no representa a todos?
R.– Tiene menos de la mitad de los votos. Para solucionar el problema necesitamos gente que quiera solucionar el problema, no vivir de él.
P.– ¿Cómo valora la sentencia del procés?
R.– La Justicia española ha hecho muy bien su trabajo. Espectacularmente bien.
P.– ¿Sería bueno pactar una descompresión?
R.– Las fuerzas constitucionalistas deben fijarse un periodo de dos años y buscar soluciones a los problemas del país. Entre otras cosas, porque el Gobierno, sea el que sea, tendrá un margen de acción limitado: sus decisiones dependerán del Tribunal Constitucional, al que puede ir la oposición, y cuya lectura del marco autonómico no va a cambiar en lo esencial.
P.– ¿Se ha leído la sentencia de los ERE?
R.– No, pero la primera impresión es de demolición interna. Es muy fuerte, pero la vida sigue. Estamos en el primer tiempo del partido, todavía quedan el segundo (el Supremo) y la prórroga (el Constitucional).
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