El Mundo

«El piano es un señorito de frac que se ríe de ti»

- LUIS ALEMANY

Pregunta.– Cuénteme su disco. Respuesta.– Es un disco del que estoy enamorado. Conocí a Hadar Noiberg en Alemania hace dos años. Descubrimo­s que éramos vecinos en Brooklyn y nos pasamos dos años enseñándon­os músicas el uno al otro, encontrand­o similitude­s… La música israelí está llena de herencias andalusíes,

ladinas, sefardíes... El juego consistía en encontrar lo que nos unía. Lo llamamos el disco del cafelito, porque lo hemos construido a base de tocar por las mañanas, en casa, después del desayuno.

P.– ¿Cuántos discos lleva?

R.– No lo sé. Perdí la cuenta hace tres o cuatro. A mi nombre, más de 20. Luego, compartido­s y tal, soy incapaz de contarlos.

P.– ¿Y de cuántos puede decir que está enamorado?

R.– A cada uno de ellos lo quiero y lo odio. A todos les veo defectos. Y no pongo ninguno nunca, porque... Es que cada disco ya lo experiment­é una vez y ya está bien.

P.– Bueno. Si no supiese nada de usted y le preguntase por dónde empezar con su música...

R.– Le diría que buscase en Chano, porque ahí está contenido todo lo que he hecho después. Estaba el jazz, estaba el flamenco, estaba la canción popular...

P.– En ese momento, ¿era consciente de lo que estaba haciendo?

R.– Qué va. La conscienci­a aparece con el tiempo. De esa época lo que recuerdo son las ganas locas de tocar.

P.– Alguna vez ha estado tiempo significat­ivo sin tocar el piano.

R.– Cuando no estoy bien, paro. Esos días en los que toco un acorde de la, el mismo acorde de la que todos los días, y me suena que me quiero morir, me paro. Puedo estar hasta una semana sin tocar pero no más.

P.– Y cuando para, ¿no piensa: «me voy a acordar de cómo se tocaba el piano»?

R.– Sí. Sobre todo pienso en todas las melodías que tengo en la cabeza. Pienso: «Cómo voy a hacer para acordarme». Pero luego hay una memoria que está en los músculos.

P.– Me imagino la relación de un pianista con su piano como la de esos tenistas que fallan tres puntos y empiezan a insultar a su raqueta.

R.– Con el piano tienes una relación de amor y odio. El piano es un señorito que te espera de frac, que siempre tiene que brillar, que siempre tiene que estar en la mejor habitación de la casa. Cuando estoy trabajando una melodía difícil, lo abro y pienso que las teclas son dientes y que se están riendo de mí. La liturgia que te impone es mucho más puñetera que la de la guitarra, por ejemplo.

P.– Entonces, en la próxima vida, será violinista.

R.– No, en la próxima vida quiero esto mismo. Me lo paso muy bien, he conocido gente maravillos­a... Sólo puedo dar las gracias.

P.– ¿Cuándo se dio cuenta de que era bueno para esto?

R.– Mi madre dice que siempre fui músico. Que aporreaba la cacerola con un año y medio y ya había un ritmo, una facilidad.

P.– ¿Tiene la jubilación resuelta?

R.– Llevo cotizando desde 1992. Sólo espero que las pensiones aguanten. Eso y tener la capacidad física de seguir tocando hasta el final como hizo Bebo Valdés.

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ÁNGEL NAVARRETE

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