El Mundo

Apoteosis de Sánchez

- MANUEL ARIAS MALDONADO

POCAS veces se ha podido representa­r con más claridad el triunfo de la propaganda sobre la realidad: el posado del epidemiólo­go Fernando Simón, montado en una motociclet­a a la que podemos suponer una respetable potencia contaminan­te, redondea el relato de un Gobierno que ha fracasado en la gestión de la pandemia y demostrado sin embargo una habilidad incontesta­ble para hacer pensar lo contrario. En una democracia donde lo único que cuenta es el efecto sobre el público, ese talento no tiene precio: que otros se queden con las intencione­s y los resultados.

De ahí que nuestra esfera pública sea como un lienzo en blanco donde se proyectan los sucesivos hologramas del Gobierno: la renta universal que resulta ser más restrictiv­a de lo que se dijo, la reunión de los 100 economista­s a los que solo han llamado una vez, el falso dato de que estamos a la cabeza en tests de Covid-19 per cápita. Moncloa sabe que no creemos lo que vemos, como si fuéramos empíricos ingleses, sino que vemos lo que creemos.

Es así como un presidente del Gobierno que dice que la oposición quiere «derrocarlo», cual monarca shakespear­iano, ha logrado su objetivo: convertir la ausencia de mayoría parlamenta­ria en una ventaja estratégic­a que le permite premiar a los aquiescent­es y estigmatiz­ar a los disidentes. Sánchez ha pasado a ocupar el centro: éste no es ya el punto intermedio de una línea longitudin­al que va de izquierda a derecha, sino el núcleo de una estructura radial hacia el que convergen unos y otros en función de sus intereses. Así que igual pacta liberaliza­r un mercado con Cs que monta la mesa de diálogo con ERC, exigiendo de paso al PP que apoye los venideros Presupuest­os; qué más dará. Y quien no colabore, crispa: la cosa es muy sencilla.

Este nuevo centro empezó a perfilarse cuando Cs buscó una vía alternativ­a, abriendo negociacio­nes con el Gobierno a fin de sacudirse una inercia perdedora y generar tensiones en el bloque de la mayoría de censura. Sí: los líderes nacionalis­tas hacen algún aspaviento y tarde o temprano se enfadará Iglesias. Pero nada de eso impresiona mucho a Sánchez;

y hace bien. Para ser un príncipe maquiaveli­ano del siglo XXI, en cambio, no le alcanza: sería necesario que no se le notaran los trucos. Todo esto no tiene importanci­a, ya que el Gobierno no diseña sus maniobras pensando en los más suspicaces sino en los menos avisados. Y funciona. ¡Vaya si funciona!

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