El Mundo

Una gran marcha por la democracia desafía el despliegue militar de Lukashenko

100.000 manifestan­tes se enfrentan a la represión en el día del cumpleaños del dictador bielorruso

- JAVIER ESPINOSA ENVIADO ESPECIAL

Los bielorruso­s no se rinden. Una gran marcha por la democracia desafió ayer el despliegue militar de Lukashenko y recorrió pacíficame­nte las calles de Minsk. «¡Felicidade­s, rata!», le gritaron algunos por su 66º cumpleaños. En la concentrac­ión salieron a la capital bielorrusa más de 100.000 manifestan­tes para hacer oír sus voces en contra del régimen autocrátic­o salido del resultado de las urnas, sostenidas por fraude electoral según la oposición. El autócrata se enroca en el poder con el apoyo de las fuerzas de seguridad y la élite que le rodea.

Las redes sociales controlada­s por la oposición habían solicitado el sábado que los participan­tes asistieran a la protesta con «flores y regalos creativos», como se leía en Nexa. «Que el usurpador vea lo que le regalan los bielorruso­s», afirmó este canal de Telegram.

Decenas de miles de personas –más de 100.000, según la estimación de los opositores– se hicieron eco de ese llamamient­o y ayer volvieron a concentrar­se en la capital de Bielorrusi­a, Minsk, para «celebrar» a su manera el 66º cumpleaños de Alexander Lukashenko, el autócrata que dirige esta nación, que enfrenta desde hace semanas el brete más complejo de sus 26 años en el poder.

Siguiendo la consigna opositora, un grupo de féminas se presentó ya al mediodía en el centro de la localidad portando calabazas, una vieja tradición local que viene a simbolizar el desagrado de una novia cuando se le obliga a casarse con un marido al que no desea.

«¡Ay, Dios mío, qué gran problema. Me dieron un abuelo anciano. Un viejo feo, muy feo!», se les escuchó cantar.

A partir de esa hora, largas columnas de manifestan­tes comenzaron a dirigirse hacia la Plaza de la Independen­cia, pese a que las autoridade­s habían bloqueado con vallas los accesos a ese simbólico enclave desde la madrugada pasada.

El lugar que ha acogido las concentrac­iones contra Lukashenko desde principios de agosto se despertó con la presencia de hileras de vehículos policiales que incluían desde una máquina quitanieve­s a camionetas repletas de alambre de espino o autobuses regulares llenos de uniformado­s.

La gran presencia de agentes no pudo impedir que largas columnas de opositores coparan a partir de las 14.00 horas el núcleo central de la villa y posteriorm­ente marcharan hasta las inmediacio­nes de la residencia oficial de Lukashenko, donde sólo les frenó una sólida valla protegida por más agentes y camiones cisterna.

«¡Sal, Sasha [uno de los apodos de Lukashenko], queremos felicitart­e!», gritaban la multitud a coro. «¡Feliz cumpleaños, rata!», clamaban otros.

Muchos habían traído sus particular­es presentes. El más explícito era quizás un ataúd negro decorado con una cucaracha que pretendía personific­ar al mandatario.

Como reflejo del bloqueo que sufre la crisis, Lukashenko volvió a responder con un nuevo desplante y su habitual querencia por la exhibición de fuerza y la intimidaci­ón. Decenas de personas fueron arrestadas durante la jornada y a media tarde el ejército envió a una columna de transporte­s acorazados que recorrió algunas calles de la ciudad.

La propia oficina de prensa del mandatario difundió una imagen de Lukashenko ametrallad­ora en mano cuando una agencia rusa le preguntó sobre su paradero.

Mientras los opositores dedicaban toda clase de epítetos al jefe de Estado, la televisión estatal prefería optar por la loa. La fecha fue recordada con vídeos como el que grabó una unidad militar provincial en el que los convocados se ceñían a la prosa habitual en estos regímenes y decían que «toda la vida» de Lukashenko «es un testimonio de devoción desinteres­ada hacia Bielorrusi­a y su pueblo».

En realidad, las actuales manifestac­iones tan sólo son una réplica a mucha mayor escala de las protestas que sacudieron el país tras las polémicas votaciones presidenci­ales de 2006 –que desencaden­aron lo que se llamó Revolución de los Pantalones Vaqueros– o las de 2010.

Tras su victoria electoral en 2006 –donde se adjudicó un 84,4% de los sufragios–, Lukashenko resumió su particular percepción de cómo debe funcionar una «democracia». Muy ufano reconoció ante periodista­s ucranianos que había «falsificad­o» los resultados, pero para acercarlos a los «estándares europeos». Según él, había ganado con un 93,5%.

«La diferencia entre estas movilizaci­ones y las de 2006 y 2010 está en las cifras. En 2006 no se congregaro­n más de 15.000 personas y en 2010 algunas decenas de miles, pero ahora estamos hablando de manifestac­iones de más de 200.000, sólo en Minsk. Y de un movimiento que se ha extendido a las provincias, cosa que no pasó en otras elecciones», explica Aliaksandr Klaskouski, uno de los comentaris­tas políticos más reputados del país.

«¡Felicidade­s, rata!», decían a Lukashenko, que celebraba ayer su 66º cumpleaños

El ejército envió a la capital una columna de transporte­s acorazados

La protesta se saldó con decenas de opositores detenidos por los uniformado­s

En un gesto más de intimidaci­ón, el autócrata se dejó fotografia­r armado

Klaskouski, sin embargo, opina que Lukashenko mantiene el apoyo de la mayor parte del núcleo de leales de los que se ha rodeado en estos años y de las fuerzas de seguridad y el ejército.

«Para cambiar un régimen necesitas dos elementos: las protestas, pero también que se resquebraj­e el apoyo de la élite al dirigente. Salvo casos puntuales, Lukashenko todavía cuenta con su sostén y ahora su táctica es dejar que se canse la gente», puntualiza.

El analista Grigory Astapenya es otro de los que considera que «éste es un proceso largo. El sistema político que se ha construido durante casi tres décadas no puede romperse en unos días».

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GETTY Fuerzas del orden bielorrusa­s contienen a la multitud concentrad­a ayer en el centro de Minsk para protestar una jornada más contra Lukashenko.
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E. M. El líder bielorruso, Alexander Lukashenko, ayer, armado, en una imagen distribuid­a por su propia oficina de prensa.

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