Españoles
EVITEMOS las cifras porque las de ayer nos parecerán pocas cuando conozcamos las de hoy y, total, hasta el Ministerio de Sanidad se sigue yendo de puente cada jueves hasta el lunes hurtándonos los datos nacionales oficiales. Qué poco hemos cambiado desde Larra. Lo que nos ha quedado claro es que, la pasada primavera, España se convirtió en el segundo país más afectado por el coronavirus de todo el mundo. Y las estadísticas nos sitúan ahora mismo en cuarto lugar... y creciendo. Somos la nación con más casos de toda la Unión Europea. La contundente radiografía a lo mejor debiera llevarnos de una vez a concluir que los españoles estamos entre los ciudadanos más tontos del globo, o al menos entre los más irresponsables. Podemos seguir lanzando dardos contra Sánchez y Fernando Simón por incompetentes. Y seguir cargando contra los reyezuelos de las 17 taifas autonómicas por ser ejemplos de calamidad política. Ciscarnos en papá Estado siempre tiene efecto sedante. Pero si los españolitos no asumimos que algo estaremos haciendo mal cada uno de nosotros, individualmente, a este bicho no hay dios que lo detenga. No consuela nada, pero encierra algo de justicia divina, que la devastadora pandemia confirme, para disgusto de Torra y de Urkullu, lo igualitos de españoles que son los vascos y catalanes que los madrileños o los de Toledo –ya ni a los canarios les salva su hecho diferencial guanche–. Porque, aunque digan que el maldito virus no entiende de fronteras o derechos históricos, se extiende por toda la parte hispana de la piel de toro como por
Los españoles estamos entre los ciudadanos más tontos del globo o al menos entre los más irresponsables; si no no se explican estas cifras
ningún otro país del continente. La explicación, sin recurrir a las conspiraciones de Iker Jiménez, nos la repiten los epidemiólogos: nuestro estilo de vida español, ése que nos resistimos a modificar por más que nos insistan en que hacer botellones, besarnos y abrazarnos en los encuentros familiares como si no hubiera un mañana, celebrar las no fiestas –que ya es el colmo del ser gilipollas– o no quedarnos en casa 14 días si de milagro nos llama un rastreador para decirnos que hemos tenido contacto con un contagiado... mata.
Se han echado muchos encima de la consejera vasca por su nula empatía al culpar sin edulcorantes de la situación en las UCI a los ciudadanos que se van de copas o acuden a reuniones sin distancia. A saber... Pero si los expertos coinciden en que las estrategias de los poderes públicos no están sirviendo, quizá convenga que dejen de tratarnos ya como a niños de baba a ver si salimos del cómodo refugio de la responsabilidad colectiva para empezar a asumir cada uno alguna individual. Ay, no, que somos españoles; descargarlo todo en Sánchez y Ayuso está en nuestro ADN. Y dirá Torra que no es español...