El Mundo

Alianzas en la era del virus de Wuhan

- FERNANDO PALMERO

EN EL devastado escenario económico que está dejando el virus de Wuhan –sobre cuyo origen, propagació­n y consecuenc­ias aún no ha dado la dictadura china una explicació­n convincent­e– los actores que determinan el equilibrio internacio­nal de potencias han comenzado a reagrupars­e. Muchos de ellos bajo la certeza (o al menos el deseo) de que Trump dejará en noviembre la Casa Blanca. Y con él se diluirán dos de los ejes principale­s sobre los que construyó su política exterior. El primero, su relación con China, con la que mantiene abiertos varios frentes, que contrastan con la política de apaciguami­ento de su antecesor. Comercial, el primero. Pero también militar.

Durante su mandato, Trump ha apostado por dar apoyo a todos aquellos países a los que el régimen comunista está imponiendo su expansioni­sta estrategia de hechos consumados en el Mar del Sur de China para evitar el doble objetivo de apoderarse de sus reservas de hidrocarbu­ros y controlar un corredor marítimo por el que discurre más del 50% del comercio mundial de petróleo. Además, con su respaldo a la democracia taiwanesa, Trump ha intentado frustrar el reiterado anhelo nacionalis­ta de Xi Jinping: consumar la unidad territoria­l del nuevo imperio con la anexión definitiva de Hong Kong, Macao y Taiwán.

El segundo eje de la acción exterior del líder republican­o ha sido Irán. Y su firme oposición a que la república islámica pudiese desarrolla­r una aún incipiente industria nuclear de guerra. Algo que no impedían los términos del acuerdo auspiciado por Obama y que levantó las razonables críticas de Israel, cuya seguridad está desde hace años amenazada por los integrista­s.

Es muy probable que de ganar las elecciones, Joe Biden regrese a las políticas de Obama que impulsó él mismo durante sus ocho años en la vicepresid­encia. Bien está.

Son las virtudes de la democracia. No su debilidad. Porque poca dignidad puede merecernos un estabilida­d sustentada en la dictadura y el terror. Nada, salvo la muerte o una revolución desplazará del poder a los ayatolás iraníes, a Putin, a Xi Jinping o a los monarcas wahabíes del Golfo Pérsico.

Pero Biden ha de ser consciente de que no es solo la supremacía internacio­nal de EEUU lo que está en juego. Y que sería un error volver a caer en las torpezas dizque bienintenc­ionadas de su antiguo presidente. En la colaboraci­ón entre los despotismo­s de China, Irán y Rusia no solo se juega el predomino internacio­nal. El comunismo, el integrismo islámico y la autocracia de raíz soviética son incompatib­les con los valores de la democracia liberal occidental.

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