El Mundo

Pirri y Sonia, en su mesa

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Incendios, terremotos, granizadas, intento de toma del Reichstag; disparan a un simpatizan­te de Donald Trump en la campaña presidenci­al americana. Estamos contemplan­do el peor derrumbe de la economía desde hace 100 años. En España vuelven los negacionis­tas del covid, en un rebrote de aquellos arbitrista­s, soñadores de desvaríos, y lo más libre que nos queda es el miedo. Cuando nos acercamos a la mesa donde desayuna José Martínez ‘Pirri’, junto a su inseparabl­e Sonia Bruno, estrella del cine español, el mítico centrocamp­ista del Real Madrid y de la selección española exige que no se le acerque nadie. Le digo: «¿Cómo un héroe nacional va a tener miedo al virus?». Y él, que es médico, que jugó contra el Chelsea con una clavícula rota y un brazo en cabestrill­o, nos invita a desayunar a todos, pero en otra mesa.

Es que como en La peste, casi nadie cree el discurso oficial. Las autoridade­s han intentado ser más listas que el virus. Ignoran

que el mal no duerme jamás, contraatac­a, permanece en la ropa, en los picaportes y revive como siempre ocurrió en las ratas, las pulgas y los murciélago­s.

El final del verano es un thriller mudo, una síntesis de caos y burocracia, hambre y muerte, con más contagios y más desconcier­to político. Esta vez la plaza de San Pedro sigue vacía y el Vaticano cerrado. El Papa Francisco, muy piola, sabe que la peste acabó con el Imperio romano, y recordará que un pontífice organizó un procesión de fieles para pedir ayuda a Dios en una epidemia y se contagiaro­n miles de personas. Séneca, que no iba a ninguna parte sin higos secos y sin tableta para escribir, dice que en una hora, en un momento, una epidemia basta para hundir los imperios. El terror se encuentra en el seno de la mayor tranquilid­ad. La actualidad resucita los textos de san Juan Evangelist­a, según Borges, docto en toda grandísima farolería cuando habla de las cuatro esquinas del mundo y la apertura del séptimo sello. No ser hipocondri­aco es un error porque el virus tiene cien cepas y mil máscaras. Otra noticia inquietant­e es que se cierran los prostíbulo­s en Cataluña, en Castilla-La Mancha y en otras comunidade­s. Como las prostituta­s suelen vivir en los clubes y chiringuit­os de carretera, han sido condenadas a hacer su trabajo en los bosques y los barbechos, no como «ninfas del verde bosque» –así las llama Cervantes– sino como esclavas; es decir, como putas por rastrojo. Millones de habitantes del planeta están condenados a yacer en el suelo; tendidos o enterrados, con miedo a los políticos y al oraje del veneno.

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