REFUGIADOS DE MORIA DUERMEN EN TUMBAS, APARCAMIENTOS Y ARCENES DE LESBOS
Miles de migrantes duermen al raso en la carretera y en un cementerio tras la destrucción de Moria
Aunque la imagen de Moria siempre estuvo asociada a la vergüenza –la misma que dijo sentir el gobernador de la isla, Constantinos Moutzouris, al visitar el lugar–, la fotografía que muestra Husam Asalim confirma que la escala de degradación permite seguir bajando peldaños. El sirio, de 37 años, la tomó el pasado viernes. Un grupo de refugiados, unos de su nacionalidad y otros afganos, durmiendo entre las tumbas del pequeño cementerio de la villa de Panagiouda.
Los desplazados de Moria fueron expulsados ayer del recinto. Una lugareña intentaba adecentar las lápidas con una manguera. «Estoy muy enfadada. Este es un lugar santo. Aquí respetamos a los muertos», clamó indignada negándose a continuar con la conversación. A pocos kilómetros de allí, cientos de demandantes de asilo se enfrentaban poco después con las fuerzas antidisturbios griegas, que respondieron lanzando gases lacrimógenos en un reflejo de la caótica situación en la que se encuentra sumida la isla tras el incendio que asoló el campo de refugiados de Moria. «Esto va a reventar en cualquier instante», opina Asalim.
En realidad, Moria ya ha reventado, esparciendo el bochorno que provocaba por todas las capitales europeas. La UE pretendía que las islas griegas fueran un ejemplo de su nueva política migratoria. Enclaves donde se debían gestionar con rapidez las peticiones de asilo. Los que fueran aceptados en los confines de la asociación europea deberían haber sido distribuidos entre los países del grupo y el resto devueltos a Turquía, según el acuerdo que se firmó en 2016. Aquel proyecto nunca se implementó. Los exiliados se quedaron bloqueados durante años en las islas. Las llamas de Moria dejaron reducido ese lugar y el plan europeo a meras cenizas.
La historia nos ha enseñado que el intento de frenar la necesidad con muros o alambradas suele estar destinado al fracaso. Lo acaecido en Moria ha vuelto a repetir esta lección que ningún gobierno parece asumir. El campo era una caótica masa de humanidad hacinada, entremezclada con inmundicias y excrementos. Pero las autoridades griegas habían conseguido mimetizar ese deplorable espectáculo entre los olivares de las montañas de la isla.
Las víctimas de esta miseria tan sólo han trasladado esa penosa estampa a la principal carretera isleña. Han evacuado el cementerio para crear un nuevo asentamiento instalándose por miles en los arcenes de la carretera, en azoteas, aparcamientos y hasta en algún almacén vacío en una franja de pocos kilómetros. Son cientos de habitáculos creados con simples telas entrelazadas con cuerdas que a duras penas amortiguan el calor diurno, tiendas de campaña y hasta hay quien se está construyendo un chamizo con cañas de bambú.
De Moria sólo quedan despojos –algunos siguen humeando– y la misma basura que se prodigaba en el complejo. Un recorrido por su interior permite apreciar que el fuego se cebó principalmente con la única zona habilitada con contenedores y estructuras firmes. Después se extendió a las tiendas de campaña y las chabolas que se dispersaban por las colinas.
«Allí empezó el fuego el domingo. En la zona de la ONU», explica Husam Asalim. El sirio también
tiene un vídeo que muestra a jóvenes afganos prendiendo fuego a la vegetación seca del entorno. La desesperación nunca fue una buena consejera.
«¡Fuck Moria!» («Que se joda Moria»), se lee en una pintada garabateada en uno de los muros requemados del recinto. Una frase que resume el sentir de los que llevaban años sufriendo en este emplazamiento. Otra juega con las palabras. En uno de los pocos contenedores que han permanecido indemnes han escrito «Movement
of Freedom» (Movimiento de la Libertad) y al lado «Freedom of Movement» (Libertad de Movimiento). La misma exigencia que llevan coreando los refugiados desde hace días en sus movilizaciones.
La explosión de Moria siempre fue un evento previsto por cualquiera que hubiera visitado ese barrizal en territorio europeo, que competía en penurias con cualquiera de sus homólogos del continente africano. En los años en los que funcionó como centro de acogida, los inquilinos obligados de Moria establecieron una pequeña ciudad donde no faltaba ni su particular mercadillo o sus peluquerías. Los chamizos donde vendían todo tipo de productos han desaparecido, consumidos por las llamas. Lo mismo que muchas de las instalaciones de las agencias de la ONU que trabajaban en el campo.
El ministro de Inmigración, Giorgos Koumoutsakos, admitió que en el incendio se podrían haber perdido miles de ficheros de las demandas de asilo depositadas por los residentes de Moria, complicando más si cabe su situación.