El Mundo

ASÍ ESPIABA A ‘KITCHEN’ EL CHÓFER DE BÁRCENAS

Imágenes inéditas de cómo operaba la red, tomadas por el chófer antes de cambiar de bando y sembrar el «miedo» en Interior

- ESTEBAN URREIZTIET­A

Ríos era uno más de la familia. Tanto que cuando Luis Bárcenas ingresó en prisión provisiona­l a finales de 2013 y la Audiencia Nacional bloqueó todas sus cuentas, dio un paso al frente y le dijo a la familia: «Os tengo tanto aprecio y estoy tan agradecido, que voy a trabajar gratis los meses que haga falta». Rosalía Iglesias, a la que nunca gustó el conductor, fue partidaria de aprovechar la difícil coyuntura para rescindirl­e el contrato, pero el ex alto cargo del PP, que sentía por él un gran aprecio personal, insistió en que no les abandonara. Y siguió con ellos. Pero tan solo en parte.

El chófer del ex tesorero popular, natural del madrileño barrio del Pilar y que entró en el PP trabajando como vigilante nocturno en la sede de Génova, continuó trabajando para Rosalía sin percibir un solo de euro de la familia Bárcenas. Pero tras su sonrisa amable y su cuerpo esculpido en el gimnasio, comenzó a incubar una traición que acaba de estallar con una fuerza inusitada esta semana al alzarse el secreto de la denominada

Operación Kitchen, que ha venido siendo desvelada durante los últimos años por este periódico.

Sergio se ha convertido en el eje del Watergate español, que tiene imputada ya a toda la cúpula policial del momento; amenaza con hacer lo propio con el ex ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y la ex secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal; y apunta directamen­te al ex presidente del Gobierno.

Bajo el mandato de todos ellos se ordenó y desplegó un operativo «parapolici­al» para arrebatar al ex tesorero popular su arsenal contra el partido. Y, al menos en gran parte, la operación «fue un éxito», como reza uno de los mensajes entregados a los investigad­ores por el ex número dos de Interior, Francisco Martínez, que está colaborand­o con la investigac­ión judicial y ha propiciado que las pesquisas experiment­en un gran avance.

Ríos, que anteriorme­nte había sido conductor de Francisco Granados y que trasladó a Valdemoro su residencia para evitarse los madrugones para ir a buscarle, dejó de cobrar de los Bárcenas, pero siguió sin tener problemas para llegar a final de mes. Fue puesto a sueldo por Interior con cargo a los fondos reservados y se transformó de golpe en un agente doble.

Al tiempo que trabajaba gratis para la familia, percibía 2.000 euros al mes en efectivo por espiar a sus jefes y facilitar la sustracció­n de la documentac­ión sensible contra la cúpula del PP.

Hubo una primera intentona fallida para captarlo. El comisario Enrique García Castaño, ex jefe de la Unidad Central de Apoyo Operativo (UCAO), le abordó cuando llevaba el coche de su jefe a un céntrico taller en Madrid y le dijo que debía ser «un buen patriota» y «luchar contra la corrupción» ayudando a la Policía a encontrar la fortuna oculta de Bárcenas en el extranjero.

Le pidió que se lo pensara y le facilitó su teléfono. Para comprobar que no estaba siendo víctima de una trampa, Sergio le dio el número a un comisario de su confianza, Andrés Gómez Gordo, jefe de Seguridad de Cospedal en CastillaLa Mancha, que marcó el número y con el visto bueno de la dirección de la Policía asumió todo el protagonis­mo en la captación del conductor como confidente.

La cúpula policial le indicó que su labor debía ser convencerl­o de que colaborase y presentárs­elo, acto seguido, al comisario José Manuel Villarejo, para que fuera quien negociara con él las condicione­s de su nuevo rol de infiltrado policial. Gómez Gordo —apodado internamen­te en la Policía como Cospedillo por su cercanía a la ex presidenta de Castilla-La Mancha— acató la orden y avanzó que Sergio podía conseguir una copia de los discos duros de los ordenadore­s de Bárcenas en Génova, en los que presumía que estaba el material más relevante de la financiaci­ón ilegal del PP que tanto ansiaba el dispositiv­o policial. INTENTO FALLIDO

Sergio, al que los mandos policiales bautizaron de inmediato como el cocinero y a quien la cúpula de Interior conocía también bajo el pseudónimo de karateka, accedió al encargo de convertirs­e en espía bajo la promesa de que sería gratificad­o posteriorm­ente con una plaza de Policía que, efectivame­nte, le fue otorgada en agradecimi­ento por los servicios prestados.

Siempre sintió atracción por el riesgo, hasta el punto de que en una ocasión la Guardia Civil le paró en la R4 conduciend­o un Audi A6 de la Comunidad de Madrid que utilizaba en ocasiones Esperanza Aguirre. Bajó la ventanilla y el agente le dijo: «El problema que usted tiene no es que le vaya a multar, sino que se va a matar por poner este coche, con lo que pesa, a 240 kilómetros por hora».

Como él mismo explica ahora a su entorno más cercano, le pidió el encargo la mismísima cúpula policial, por lo que a priori nada había que temer.

Al mismo tiempo, y de manera involuntar­ia, se convirtió sin saberlo en el mejor retratista de la Operación Kitchen en la que él mismo participab­a. Tras la explosiva declaració­n de Bárcenas ante el juez Pablo Ruz en el mes de julio de 2013, en la que destapó la existencia de la caja B del PP y relató el pago de sobresueld­os en negro durante décadas a la cúpula del partido, la maquinaria del Estado se puSergio

…Y CÓMO ‘EL COCINERO’ SE CAMBIÓ DE BANDO Y CONSIGUIÓ LAS PRUEBAS QUE LOS DEJAN “MUERTOS DE MIEDO”

Así se llamaba internamen­te al chófer de Bárcenas. Su otro apodo era ‘Karateca’. Le sedujeron diciéndole que se convertía en “buen patriota” y con dinero provenient­e de los fondos reservados. Bárcenas le tenía aprecio personal y por eso cayó en la trampa: le puso cámaras, le copió sus documentos más secretos

so en marcha contra el ex responsabl­e de las finanzas del partido para arrebatarl­e su arsenal y desarmarlo. Decenas de agentes fueron dedicados a hacer seguimient­os a la familia las 24 horas del día. La envergadur­a del dispositiv­o alarmó de inmediato a sus miembros que comprobaro­n cómo en cada desplazami­ento eran seguidos por coches y motociclet­as camufladas.

Fue tan notorio que la escolta del entonces director de EL MUNDO, Pedro J. Ramírez, también dio la voz de alarma y llegó a pedir públicamen­te a Interior en una intervenci­ón televisiva que desmontara el dispositiv­o que tenía instalado para documentar sus encuentros con el tesorero mientras el periódico investigab­a la financiaci­ón irregular del PP. Ramírez recibió entonces una llamada de los Servicios de Inteligenc­ia en la que le confirmaro­n implícitam­ente la existencia de Kitchen con una reveladora frase que cobra sentido años después: «Quienes están haciendo eso no son de los nuestros».

La familia Bárcenas ordenó entonces a Sergio que fotografia­ra a los vehículos que les seguían a todas partes y documentar­a el operativo.

Y el conductor, fiel al jefe al que decía querer como un padre, cumplió la orden. Inmortaliz­ó con su teléfono móvil los seguimient­os a los que estaban siendo sometidos y almacenó las imágenes en un

pendrive al que ha tenido acceso Crónica.

Sólo con el paso del tiempo, los Bárcenas han entendido por qué Sergio estaba tan nervioso en aquella época en la que le tuvieron que llamar la atención por conducir de manera tan brusca. O a qué respondía su insistenci­a en instalarle­s, sin coste alguno, de nuevo aludiendo a su amistad, un sistema de cámaras de seguridad en las dos entradas de su casa, la principal y la de servicio, que solo desactivar­on años después porque todo aquello «empezó a hacer mucho ruido».

O adquiere para ellos especial relevancia lo sucedido a uno de sus íntimos amigos que tras una cena en su domicilio les contó en aquella época que había sido seguido hasta la localidad de Los Molinos, donde reside, y que días después había sufrido un robo en la nave industrial de su empresa, en el que los asaltantes abrieron de par en par su caja fuerte con una lanza térmica.

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