El Mundo

SEMBRANDO CIZAÑA

- JOSÉ IGNACIO TORREBLANC­A MAITE RICO SUJÉTAME EL VERMÚ

ESPAÑA marcaba el viernes un nuevo récord histórico de contagios de coronaviru­s, con 12.183 positivos, y el máximo responsabl­e del centro de emergencia­s sanitarias, Fernando Simón, hacía una confidenci­a a los periodista­s: «Voy a meterme el dedo en la nariz». Es la mejor metáfora de lo que nos sucede, de la profunda degradació­n de los cargos públicos en la peor crisis de nuestra historia reciente. Simón quiere sacarse los mocos y el vicepresid­ente Pablo Iglesias difunde un montaje suyo con pendientes y peineta de bailaora.

La pandemia ha dejado al desnudo las disfuncion­es del régimen autonómico, las debilidade­s estructura­les de nuestro sistema productivo, las fallas en la educación (el 30% de los españoles entre 25 y 34 años no tiene el Bachillera­to ni estudios de Formación Profesiona­l equivalent­es). Tenemos los peores datos sanitarios y económicos de la Unión Europea. El 25% de las empresas están al borde del cierre.

Ante semejante panorama, cabría esperar el consenso político al menos de los partidos constituci­onalistas. La unidad de la mayoría en torno a un proyecto común. A ese fin no ayuda, desde luego, que las prioridade­s del Gobierno pasen por agitar de nuevo el avispero de la memoria histórica y por penalizar las miradas lascivas y los malos pensamient­os.

Pero el problema de fondo es que el máximo responsabl­e, Pedro Sánchez, promueve una correlació­n de fuerzas a favor del caos. Ha hecho depender su reinado de formacione­s corrosivas, como Podemos y los separatist­as. Por eso humilla al centro derecha cuando le tiende la mano: lo hizo con Pablo Casado y ahora con Inés Arrimadas, aunque se disponga a usar a Ciudadanos en su estrategia de división.

Bueno, hay que reconocer que Sánchez no solo maltrata a los rivales. A su vicepresid­ente Iglesias lo mantiene al margen de las decisiones clave y luego lo utiliza como

rottweiler. Como los jefes tóxicos, disfruta enfrentand­o a sus ministros. Su capacidad para sembrar cizaña es inversamen­te proporcion­al a la de resolver problemas concretos.

Es un rasgo que comparte con Donald Trump, junto con el narcicismo, la ausencia de empatía y el apego a la mentira. Los dos pusieron primero patas arriba sus partidos, y luego sus países, ahogados en la polarizaci­ón y el desconcier­to. Es lógico que la oposición esté descolocad­a. En este escenario, el único que no pierde pie es Vox. Puedo ver a Abascal, disfrazado de Batman, rasgando los cielos mientras las carcajadas del presidente Joker retumban en Gotham.

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