SEMBRANDO CIZAÑA
ESPAÑA marcaba el viernes un nuevo récord histórico de contagios de coronavirus, con 12.183 positivos, y el máximo responsable del centro de emergencias sanitarias, Fernando Simón, hacía una confidencia a los periodistas: «Voy a meterme el dedo en la nariz». Es la mejor metáfora de lo que nos sucede, de la profunda degradación de los cargos públicos en la peor crisis de nuestra historia reciente. Simón quiere sacarse los mocos y el vicepresidente Pablo Iglesias difunde un montaje suyo con pendientes y peineta de bailaora.
La pandemia ha dejado al desnudo las disfunciones del régimen autonómico, las debilidades estructurales de nuestro sistema productivo, las fallas en la educación (el 30% de los españoles entre 25 y 34 años no tiene el Bachillerato ni estudios de Formación Profesional equivalentes). Tenemos los peores datos sanitarios y económicos de la Unión Europea. El 25% de las empresas están al borde del cierre.
Ante semejante panorama, cabría esperar el consenso político al menos de los partidos constitucionalistas. La unidad de la mayoría en torno a un proyecto común. A ese fin no ayuda, desde luego, que las prioridades del Gobierno pasen por agitar de nuevo el avispero de la memoria histórica y por penalizar las miradas lascivas y los malos pensamientos.
Pero el problema de fondo es que el máximo responsable, Pedro Sánchez, promueve una correlación de fuerzas a favor del caos. Ha hecho depender su reinado de formaciones corrosivas, como Podemos y los separatistas. Por eso humilla al centro derecha cuando le tiende la mano: lo hizo con Pablo Casado y ahora con Inés Arrimadas, aunque se disponga a usar a Ciudadanos en su estrategia de división.
Bueno, hay que reconocer que Sánchez no solo maltrata a los rivales. A su vicepresidente Iglesias lo mantiene al margen de las decisiones clave y luego lo utiliza como
rottweiler. Como los jefes tóxicos, disfruta enfrentando a sus ministros. Su capacidad para sembrar cizaña es inversamente proporcional a la de resolver problemas concretos.
Es un rasgo que comparte con Donald Trump, junto con el narcicismo, la ausencia de empatía y el apego a la mentira. Los dos pusieron primero patas arriba sus partidos, y luego sus países, ahogados en la polarización y el desconcierto. Es lógico que la oposición esté descolocada. En este escenario, el único que no pierde pie es Vox. Puedo ver a Abascal, disfrazado de Batman, rasgando los cielos mientras las carcajadas del presidente Joker retumban en Gotham.