Habló el perillán
EL HOMBRE que partió Cataluña en dos (hasta que llegó Artur Mas las dos comunidades estuvieron separadas, pero no rotas) reapareció ayer en público con bozal de barba perezosa y flojo nudo de corbata y a su desaliño indumentario añadió el moral. Anunció que se jubilaba definitivamente y lejos de pedir perdón, incluso a los suyos, por haber sumido a Cataluña en una decadencia que será perdurable, pidió unidad. Hay que detenerse en esta petición. Cualquier extraño pensaría que en su despedida y dadas las circunstancias Mas adoptaría una actitud retórica parecida a la del presidente del Gobierno español: unidad civil y política para la reconstrucción del paisaje devastado. ¡Quia! El perillán se limitó a pedir unidad a su propio partido y al conjunto del independentismo para poder llevar a cabo una confrontación inteligente (inteligente dijo el pobre hombre) con el Estado.
El virus ha dado una gran oportunidad a los nacionalistas. Ni siquiera el más fanatizado e irreal de sus votantes dejaría de entender que los partidos que hace tres años llamaron a la confrontación institucional y callejera contra el Estado declararan ahora una tregua (incluso unilateral, como la de los terroristas) que facilitara la reconstrucción. Cínicamente considerada la decisión tendría su lógica egoísta: uno querría ponerse al
Lejos de pedir perdón, incluso a los suyos, por haber sumido a Cataluña en una decadencia que será perdurable, pidió unidad
frente de una nación fértil y pujante y no de un solar arrasado. La tregua declarada no solo situaría a los nacionalistas en el carril de una cierta decencia, sino que podría diluir su áspera derrota y servir a sus futuras ensoñaciones estratégicas: fue el virus y no el 155 lo que nos mató; no hay revolución con mascarilla. La única condición que pone la masa frívola, ignorante y descompuesta de catalanes que apoyaron el Proceso es reducir en lo posible la humillación. Si por ellos fuera, no dejarían de ir enmascarados en lo que les queda de vida. Es atroz que sus dirigentes no les den la oportunidad.
Observaba ayer a Mas, el pionero del desastre. Aquel Moisés. Sus dramáticas alusiones al futuro que le espera: «Ahora voy a dedicarme a las ideas». Su incapacidad para dirigirse a todos los catalanes y no solo a su fracción emboscada. Sus esfuerzos ímprobos por tratar de ejercer una autoridad moral que ni siquiera los suyos le reconocen. ¡Autoridad moral! ¡Nada menos! Ni un solo hombre queda en Cataluña con autoridad moral.
Ni Messi.