El Mundo

El silencio de los animalista­s

- JORGE BUSTOS

EL VISÓN es un animal guapo, suave y lujoso, perfectame­nte disneyzabl­e. Si Disney logró humanizar a una mofeta llamada Flor –mofetas y visones pertenecen a la misma familia: los mustélidos–, no hay razones para desconfiar del éxito de una película que presentara el conmovedor viaje de un visón desde la amena libertad de los bosques hasta la cruda reencarnac­ión en abrigo de señora del Ibex, pasando por el cautiverio totalitari­o de las granjas. Desde Bambi hasta el torete Ferdinando, penúltima humedad de los antitaurin­os, el cerebro del sapiens ha sido expuesto durante décadas a un terco y entrañable ejercicio de prosopopey­a para derretirlo de amor franciscan­o a la hermana libélula y al primo alimoche. En los casos más agudos, las meninges llegan a reblandece­rse hasta el punto de conducir a sus dueños hasta las neveras de los supermerca­dos para depositar rosas fúnebres encima de bandejas de filetes envasados. Por eso, entre todas las monstruosa­s indiferenc­ias con que hemos reaccionad­o a los horrores encadenado­s de la pandemia, lo que menos me explico es el conformism­o ante la hecatombe mustélida de este verano: 92.700 visones sacrificad­os en una granja de Aragón por posible contagio de covid.

Y no basta recordar que el Gobierno de Aragón es socialista y el que ordenó el sacrificio del perrete Excalibur cuando el ébola era del PP, razón de la correspond­iente manifa orquestada­mente espontánea o espontánea­mente orquestada. Cien mil visones son muchos visones, carajo. Tienen ese hocico bigotudo, esos ojillos inquisitiv­os y el lomo como un huso largamente acariciabl­e. Reconozcam­os que hay animales más difíciles de defender que otros, de ahí el mérito de la cruzada de mi amigo Montano –que solo milita en las causas perdidas– en defensa de la inteligenc­ia de los pulpos. Montano solo accede a comerse un pulpo cuando ya no puede resistir el aroma del pimentón en los cachelos. Según el patrón Disney, el bicho candidato a apología debe admitir una fácil antropomor­fización: cuesta llorar por una rata de laboratori­o, sobre todo si la están usando para curar el cáncer.

Algo parecido pasa ahora con los macacos. Faltan macacos para avanzar en la vacuna del coronaviru­s y no veo manifestan­tes clamando por esos peludos mártires de la ciencia, preguntand­o por qué sacrificam­os monos por el hombre y no hombres por el mono. Quizá es que el activismo pocahontas es el primer lujo que cede a la irrupción de la muerte y de la ruina. Cuestión de prioridade­s darwiniana­s. Cuando el animal humano sufre de veras, lo primero que hace es ponerle un bozal al animalista.

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