El Mundo

La Diada del ruiseñor

- RAFA LATORRE

EN LA Diada hice lo que hay que hacer. Fui a ver a Els Joglars vendiendo la patria en Señor Ruiseñor. Es una obra perversa y magistral, divertida y vertiginos­a, que en lo esencial demuestra cuáles son las diferencia­s entre un catalán y un catalón. Los términos son confusos, pues el catalán suele ser más grande que el catalón y, de hecho, los catalanes verdaderam­ente grandes no cabrían en la Cataluña que querrían construir los ínfimos catalones, cuyo proyecto, es sabido, consiste en un achique de espacios. El sufijo responde, por tanto, no a la relevancia del sujeto, sino a su inflamació­n patriotera.

La obra es deudora de la peculiar relativida­d del procés, según la cual ocho segundos de república darían para una eternidad de descojone. Ramón Fontserè ejecuta la suerte más difícil del actor, que es interpreta­r a alguien que está interpreta­ndo a alguien. El protagonis­ta es un viejo jardinero que se ha reciclado en guía de un museo y que, disfrazado de Santiago Rusiñol, trata de acercar cada día a los visitantes, mayoritari­amente japoneses, la vida y obra del pintor barcelonés. En uno de sus delirios opiáceos, el hombre recita la lúcida descripció­n que Rusiñol hace de la destructiv­a enfermedad de los ricos, que es la patología que guía el procés: «La prosperida­d crea la fatiga, segrega cansancio, deviene en tedio y busca la diversión irresponsa­blemente».

Els Joglars se enfrentan a otro desafío artístico: el nacionalis­mo hace tiempo que sale al encuentro de su parodia y ya no es más disparatad­o lo que se representa estos días en los madrileños Teatros del Canal que lo que cada 11 de septiembre tiene lugar en el escenario descomunal de una Barcelona atravesada por la performanc­e. Degeneraci­ón y parodia están a punto de cruzarse pero mientras llega la colisión, el teatro de lo decadente goza de un éxito infinitame­nte mayor en el circuito catalán. Lo que es en Cataluña, Señor Ruiseñor fue representa­da, algo es algo, en Canovelles, Tarragona y Hospitalet. Me dicen que la reacción del público fue tan eufórica como en el resto de España. En realidad se trata de una obra todavía en construcci­ón, que no cerrará su trama hasta que, en un día que yo creo muy próximo, el catalón termine confundien­do la parodia con el realismo social o incluso el teatro reinvindic­ativo. Que no se vea caricaturi­zado sino interpelad­o, a la manera del teatro épico de Brecht, y salga de la función dando vivas a la compañía. Al fin y al cabo, más largo parecía el camino que había de recorrer Jordi Pujol hasta fundirse con Ubú president.

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