El virus y la libertad
KILÓMETRO y medio. 18 minutos andando y seis en coche tardo en llegar desde casa al Puente de Vallecas. Casi vivimos en el Puente de Vallecas. Y, sin embargo, ese kilómetro y medio separa dos mundos. El mundo de la salud y el mundo de la enfermedad. El mundo de la prosperidad y el mundo de la pobreza. El mundo de las boutiques del pan y el mundo de las tiendas atestadas de plásticos polvorientos. El mundo de los centros privados y los laboratorios que hacen PCR, test rápidos y pruebas serológicas del coronavirus a cambio de 150 euros y el mundo de los centros públicos de salud que no dan abasto. El mundo de las calles limpias y el mundo de las calles sucias. El mundo de las personas bien vestidas y el mundo de las personas que buscan ropa en los contenedores. El mundo de los carritos de la compra impolutos y el mundo de los carritos de la compra derrengados que hurgan en los supermercados a la hora del cierre. El mundo de las casas amplias y las fachadas limpias, y el mundo de las casas desconchadas por fuera y por dentro. El mundo donde la Covid golpea poco y el mundo donde machaca la vida. Cruzar ese kilómetro y medio es pasar del primer mundo al segundo en un cuarto de hora. O en menos si se hace corriendo. La estación de metro del Puente de Vallecas separa los dos mundos. Los autobuses que salen del Puente de Vallecas unen los dos mundos por la superficie y son el escaparate más perfecto de las diferencias sociales.
El Puente de Vallecas se ha convertido en la zona cero de la pandemia, igual que la calle Núñez de Balboa fue en el encierro la zona cero de la resistencia de derechas contra el Gobierno. Puente de Vallecas hace tiempo que está confinado en sí mismo porque es uno de esos barrios españoles dejados de la mano de Dios y de las autoridades. Antiguamente se llamaban guetos. No le sacó de su confinamiento el Gobierno progresista de Carmena. Ni tampoco llevan trazas de desconfinar la pobreza los gobiernos liberales del PP. La libertad es un concepto precioso como estandarte de guerra cultural. Pero llega un virus como éste y se pasa la libertad por el forro. Tantos siglos construyendo ideologías para que llegue un virus a joderte los paradigmas económicos, sociales y culturales. Las verdades absolutas y las relativas. Creímos haberle vencido.
La ciudad abierta es la capital del dolor. El virus ha invadido el Puente de Vallecas, aunque hace estación en la M-30 y deja más en paz a los que viven a kilómetro y medio. El dolor está muy mal repartido. En esto el coronavirus no es distinto del virus financiero que desató la crisis de 2008.