Iberia sumergida
Para una vez que Fernando Simón está en su sitio lo colman de críticas. A Simón no hay que reprocharle que se vaya a bucear con Calleja, el montañero con jeta de
Owen Wilson que subió a Sánchez a un molinillo iberdrolo y lo colgó del paquete, y luego le presentó uno de esos libros suyos que no escribe él. A Simón hay que reprocharle que vuelva a tierra a seguir tezaneando la pandemia para su señor.
No hay mucha diferencia entre Simón buceando en el agua clara para un programa de Mediaset y Simón buceando en los datos turbios para un programa de Iván Redondo. En ambos casos se trata de distraer al personal de su miseria cotidiana, ese tsunami que crece y se empina a solo unos metros ya de la costa donde Ayuso y Sánchez echaron el verano jugando a las palas. Qué más da todo si la ola nos sumergirá durante años. Qué castillo de arena electoral quedará en pie, politólogos.
Simón lo ha visto muy bien: ya que vamos a vivir en una Iberia sumergida, mejor ir aprendiendo a bucear. Lo cantaba Bunbury
redimiendo algún ripio de Benedetti: «Amanecí con los puños bien cerrados y la rabia insolente de mi juventud». La rabia insolente será la de una generación perdida que va directa a la papelera del 50% de paro juvenil. Así es como irá perdiendo la ingenuidad que podía absolverlos de equivocaciones como enrolarse en ese Black Lives Matter ibérico que es la lucha en diferido contra Franco; o como creerse a Simón, no digamos ya tatuárselo. Conocemos de memoria el camino del fracaso en esta España anegada de propaganda y desértica de competencia. Y descreemos, por supuesto, de la razón de la mayoría y sus abrazos propietarios, sin salida. Repaso la letra de la canción que vamos a cantar hasta 2024 como poco y suena como un informe del Banco de España.
Trazó Latorre un diagnóstico terrible –por exacto– esta semana: «Va quedando una nación inmunodeprimida, que es la que Sánchez puede gobernar, en la que el bochorno de hoy será el hastío de mañana». En efecto, Sánchez se sabe emocionalmente asintomático y no puede aspirar a la conquista de los afectos de los españoles. Y en ausencia de amor, como en esos matrimonios que degeneran en cárceles, ha optado por ganarse la resignación de un pueblo anulado. Por eso somete, divide y engaña, despliega a la luz del día esas operaciones de brutalismo institucional que desincentivan las vocaciones de héroe. Para qué pagar el precio si la alternativa está fragmentada. Que una ola de fatalismo entierre hasta los últimos resortes de dignidad empresarial, judicial o periodística. Llegados a ese punto abisal, Voltaire recomendaba cultivar el propio jardín y Simón nos enseña la salida al mar.
Este es mi sitio y esta es mi espina: Iberia sumergida.