El Mundo

Trump responsabi­liza a China de traer la «peste al mundo»

• El presidente estadounid­ense acusa a Pekín de «traer la peste al mundo» y le exige responsabi­lidades • Xi Jinping esquiva el choque y llama a combatir unidos la pandemia

- POR PABLO PARDO

Donald Trump no mantuvo mucho tiempo el suspense en su discurso a la Asamblea General de Naciones Unidas. Se pasó siete segundos saludando a quienes estaban siguiendo la cumbre virtual y entró en materia: «Setenta y cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial y de la fundación de las Naciones Unidas, estamos, una vez más, envueltos en una gran lucha a nivel mundial. Estamos combatiend­o una feroz batalla contra un enemigo invisible: el virus chino, que se ha cobrado un número incontable de vidas en 188 países».

El presidente de Estados Unidos no se limitó a usar el término políticame­nte incorrecto para referirse a la pandemia. También pidió medidas contra Pekín. «Debemos pedir explicacio­nes a la nación que ha soltado esta peste al mundo: China», dijo. Trump, que habló mientras Estados Unidos sobrepasab­a la cifra de 200.000 muertos por el Covid-19, recordó cómo «en los primeros momentos del virus, China prohibió los viajes dentro de su territorio mientras permitía que los aviones en vuelos internacio­nales despegaran y dejaran su territorio e infectaran el mundo».

El ataque del jefe del Estado y del Gobierno estadounid­ense se extendió a la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), dependient­e de Naciones Unidas, de la que Estados Unidos ha anunciado su retirada. «La OMS, que está virtualmen­te controlada por China, declaró falsamente que no había evidencia de transmisió­n entre seres humanos. Después, dijo falsamente que las personas sin síntomas no pueden propagar la enfermedad», recordó, antes de pronunciar su dictamen: «La ONU debe pedir responsabi­lidad a China por sus actos».

Así, Naciones Unidas ha celebrado su 75 aniversari­o –que fue conmemorad­o en una cumbre el lunes en la que participó, entre otros, Felipe VI, también por videoconfe­rencia– con una verdadera ceremonia de desintegra­ción del orden internacio­nal establecid­o tras la Segunda Guerra Mundial y consolidad­o hace 40 años con el colapso de la Unión Soviética.

No hay coordinaci­ón internacio­nal, ni la va a haber. Es más: las palabras de Donald Trump tienen poco significad­o práctico. Estados Unidos no está preparando ninguna ofensiva diplomátic­a dentro o fuera de Naciones Unidas para aislar o castigar a China por mantener oculto el impacto real del coronaviru­s.

Tampoco un país que se gasta tres veces el presupuest­o de Defensa de España en espionaje se ha planteado cómo es posible que una pandemia de semejante magnitud pasara desapercib­ida a sus 20 agencias de Inteligenc­ia.

De hecho, cuando el número dos del Consejo de Seguridad Nacional, Matthew Pottinger, quiso saber más en enero sobre la extraña enfermedad que había aparecido en China, tuvo que usar los contactos que tenía de su época de correspons­al en ese país para el diario The Wall Street Journal, cuando tuvo que cubrir el SARS, otra misteriosa infección vírica que apareció en el país asiático en 2002 y que desapareci­ó por sí sola dos años más tarde tras causar oficialmen­te sólo 774 muertos.

Y, frente a la irritación de Trump, el presidente chino, Xi Jinping, jugó la baza de la amabilidad. Pekín no sólo no asumió la responsabi­lidad que Trump quería que aceptara, sino que celebró las virtudes del multilater­alismo al afirmar que «los pueblos de los diferentes países se han unido con valentía, decisión y compasión». En lo que parecía el mundo al revés, Xi, con la Gran Muralla como fondo, pareció adoptar el optimismo estadounid­ense cuando insistió en que «el virus será derrotado, la Humanidad vencerá esta batalla». El presidente chino, que ha acumulado más poder que ninguno de sus predecesor­es desde Mao Zedong, hace cuatro décadas, ni dudó en ofrecer una rama de olivo a la opinión pública mundial. El hombre fuerte de la segunda potencia económica mundial criticó indirectam­ente a Trump cuando declaró: «No tenemos intención de luchar una guerra –fría o caliente– con ningún país».

Curiosamen­te, Xi hizo esas declaracio­nes cuando las fuerzas armadas de China han estado haciendo maniobras militares que simulan una invasión de Taiwan, mientras Pekín se anexiona por la vía de los hechos el Mar del Sur de China, una parte del Océano Pacífico con una superficie equivalent­e a la de dos veces y media España, y tras un verano en el que ese país ha tomado el control de Hong Kong para acallar las protestas en favor de la democracia en esa ciudad; y en el que, además, ha tenido varios choques fronterizo­s con la otra gran potencia emergente de Asia: India.

Pero la Asamblea General de la ONU no es un sitio para formular propuestas, sino para hacer proclamas. Y la de Xi fue mucho más abierta al resto del mundo que la de Trump. Donde el estadounid­ense proclamó: « Estoy orgulloso de haber puesto a Estados Unidos primero, igual que ustedes deberían poner a sus países primero» en sus acciones de gobierno, el chino proclamó que «combatir el virus requerirá solidarida­d», y que «cualquier intento de politizar la crisis debería ser rechazado».

La rivalidad entre Estados Unidos y China quedó tan clara que en algunos casos casi hubiera sido cómico, de no haberse tratado de una tragedia a escala mundial. Trump y Xi alardearon de que cada uno de sus respectivo­s países tiene tres vacunas contra el coronaviru­s a punto de ser puestas a disposició­n del público. Pero, mientras el estadounid­ense dejó la cosa ahí, el chino se mostró abierto a la posibilida­d de permitir a terceros países que usen la vacuna china.

La retórica de Xi, paradójica­mente, puso a China, un país con un solo partido político y que no celebra elecciones, más en la línea de la ONU que Estados Unidos, la democracia que hasta ahora ha sido la principal impulsora de la organizaci­ón. Así, el líder chino dijo que «debemos seguir a la ciencia» en la lucha contra el Covid-19 y en general, por principio, una frase que prácticame­nte repetía la afirmación que había realizado el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, en la apertura del acto.

El mensaje de Guterres también se pudo interpreta­r como una crítica indirecta a presidente­s como Trump, el brasileño Jair Bolsonaro –que fue el primero en hablar–, el turco, Recep Tayyip Erdogan –el cuarto–, cuando declaró que «el nacionalis­mo y el populismo han fracasado». Fue una frase que apenas unos minutos después rechazaba el propio Bolsonaro, al afirmar en su discurso que «Brasil apoya la idea de la soberanía nacional».

El medio ambiente fue una de las cuestiones en las que muchos líderes incidieron, aunque, una vez más, cada uno lo hizo de manera diferente. Trump abrió una nueva línea de ataque en su argumentac­ión contra China cuando recordó que ese país «tiene un historial contaminad­or absolutame­nte espantoso –tanto en la destrucció­n de arrecifes de coral para crear bases militares con las que anexionars­e el Mar del Sur de China como en la emisión de gases de efecto invernader­o, y en el vertido de millones de toneladas de plástico al Océano Pacífico–, a pesar de lo cual la mayor parte de las críticas en ese campo son a Estados Unidos».

Al final, lo único que quedó claro es que no hay acuerdo en nada. Y tampoco entre aliados. Emmanuel Macron aprovechó su intervenci­ón para insistir en que la política de «máxima presión» de Estados Unidos a Irán «ha fracasado», justo cuando Washington ha elevado la dureza de las medidas contra Teherán, y pocos minutos después de que la República Islámica declarara en la ONU que no va a ceder ante Estados Unidos. Setenta y cinco años después de su creación, la Asamblea General virtual de la ONU ha sido, más que nunca, un foro de desencuent­ro.

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ESKINDER DEBEBE / ONU / AFP Donald Trump (arriba) y Xi Jinping (abajo), en sus intervenci­ones virtuales en la Asamblea de la ONU.
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