El Mundo

El cuadro de las Navajas

- F. JIMÉNEZ LOSANTOS

LA IDEA de Iván Redondo para darle solemnidad al encuentro de su Dios Zampanone con la mísera mortal Ayuso quedó como una ceremonia de Arlington en un cementerio del Zaire, como una Casa Blanca… Rosada. Lo que tiene de bueno la valleincla­nesca Delega, sede de aplicación de La Gandula, como llamaba la gente del bronce a la Ley de Vagos y Maleantes, es la desnuda sinceridad del «esto es lo que hay». Donde hubo calabozos, vemos espacios limpios, cristal y acero, pero no mucho para no abrumar.

El Patio de la Comunidad alcanza la plenitud de su función cuando se pone el Belén. Ahí el espacio se llena lo justo para no parecer atestado. Pero Iván no ve en su jefe a un morlaco fuera de tipo, a Rocky en una obra de Chejov, y por eso quiso montar un decorado de alto bordo patriótico y le quedó una fiesta de cumpleaños raquítica. Zampanone, además, iba delante

–el burro, siempre– enseñándol­e su casa a Ayuso; así que la alegoría del Cuadro de las lanzas se quedó en escaparate de bayonetas bruñidas y navajas automática­s. Las banderas quedaban pequeñas en la enorme tronera de luz natural, y las puntas de sus breves mástiles eran demasiado grandes, como puestas por Esperanza en su día para defender los madriles del mameluco Gallardón.

Corre por las redes un vídeo cuyo guion anticipó un oyente de es Radio: mientras llega Cum Fraude a Sol, se ve en paralelo la escena del bautizo de un niño del que Michael Corleone es padrino, con minúscula. Pero como Padrino, con mayúscula, aprovecha ese momento para matar a sus rivales. Mientras un cura preconcili­ar le pregunta al bebé si quiere ser bautizado, y Pacino asiente por él, en oscuros antros los esbirros sacan de su sudario de estraza pistolas, ametrallad­oras y una estrella de sheriff para matar en nombre de la Ley. Llora el bebé y otros han dejado de llorar para siempre.

Los esbirros de Zampanone, aquel tarzán que se aporreaba el pecho en La strada, son Lastra, Franco Lecter y demás fieras, que, mientras su jefe fingía urbanidad, llamaban a quemar a su anfitriona. Ayer lo dejaron en pliego de injurias. ¿Para no manifestar­se? No. Por no contagiars­e. El infectódro­mo del 8 de marzo provocó muchas bajas. Si los del Moños bajan de sus mansiones al Sur, menguará el Consejo de Ministros. Y Redondo, que tiene horror vacui, lo llenará con lastres y pecios de este Titanic. No dan la talla, pero harán bulto.

Los esbirros de Zampanone son Lastra, Franco Lecter y demás fieras, que mientras su jefe fingía urbanidad, llamaban a quemar a Ayuso

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