El Mundo

«Tengo nostalgia de cuando Bilbao era fea»

- LUIS ALEMANY

Pregunta.– ¿Qué puede ir bien y qué puede ir mal con los 30 kilómetros por hora? Respuesta.– Bien puede ir todo. Hemos consultado con neumólogos, con físicos, con químicos, con gente de la Universida­d Carlos III y hemos medido los efectos en la calidad del aire y en la cardiopatí­as. La OMS lo ha dicho: el ruido de los coches

causa cardiopatí­as... Eso, además del efecto de reducir a cero la siniestral­idad.

P.– ¿Cuánta gente murió el año pasado en accidentes de tráfico en Bilbao?

R.– Seis personas. Casi todas en vías rápidas.

P.– ¿Y lo que puede ir mal?

R.– Yo sé que es una medida que no va a ser fácil de entender para todo el mundo pero que acabará por verse con normalidad. Hay ejemplos. Pontevedra limitó a 30 kilómetros por hora el tráfico en su casco urbano. Al principio, hubo tres colectivos críticos: comerciant­es, transporti­stas y taxistas. Ahora son los tres colectivos que más defienden las restriccio­nes.

P.– Si me pongo en la piel de un abogado bien pagado que vive en el Ensanche y va a pie al juzgado, la medida me encanta. Si me imagino como el señor que arregla el ascensor, que vive a 20 kilómetros y lleva sus herramient­as todo el día, no lo tengo tan claro.

R.– No es una medida recaudator­ia, que quede claro. Y no es una medida anticoches. Sólo pedimos que los coches que vengan cumplan con unas normas. Mire, hemos calculado tiempos con estas restriccio­nes. Nos salen trayectos que son 24, 30 segundos más lentos a 30 kilómetros por hora. 24 segundos no es tiempo, de verdad... El perjuicio que causamos es irrelevant­e comparado con el beneficio.

P.– ¿Me sabe contar lo que están haciendo en París en este sentido?

R.– Están intervinie­ndo en algunas autopistas para convertirl­as en vías para las bicicletas. Y están en lo que estamos todos: en conseguir que dejemos de llamar calles a lo que en realidad son carreteras.

P.– O sea, que para el lector madrileño o barcelonés que piense que estas cosas están bien para ciudades no muy grandes... ¿Esto acabará ocurriendo en su ciudad?

R.– Bilbao son 41,6 kilómetros cuadrados. Estamos en un bocho, las distancias son cortas, pero también tenemos desventaja­s para erradicar el coche, como la orografía. Tenemos

cuestas y eso va en contra de la bicicleta. Madrid y Barcelona también han hecho avances importante­s en urbanismo, cada una con sus condicione­s y con su escala.

P.– ¿Qué uso le da usted a su coche?

R.– Tan poco uso que el otro día lo fui a arrancar y estaba sin batería. En verano hicimos 730 kilómetros para ir de vacaciones pero cuando llegamos al sitio casi ni lo sacamos. Y en Bilbao voy en bici eléctrica.

P.– ¿Se acuerda de cuando Bilbao tenía fama de ser una ciudad fea? ¿Era una fama justa?

R.– Eso es como asumir que un hijo es feo, pero sí, era una fama justa. Era una ciudad llena de cicatrices, hecha a la medida de la industria pesada. Pero tenía algo diferente.

P.– ¿Y no tiene a veces nostalgia de esa ciudad fea pero diferente?

R.– Mucha nostalgia. Los barcos en la ría... Tanta nostalgia tengo que tengo en el despacho dos fotos antiguas de la ciudad enmarcadas. En parte es para acordarme de dónde venimos. Y en parte, para recordar que aquella ciudad tenía algo que atrajo a mucha gente de todas partes.

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