España bilateral
BUENA prueba de las turbulencias que atraviesa la democracia española es que el columnista político tiene dónde elegir: la semana que ahora termina nos ha traído la guerra en el interior de la fiscalía, el anuncio de la revisión del delito de sedición y de la tramitación de los indultos a los líderes separatistas, el veto del Gobierno a la presencia de Felipe VI en Barcelona y el aviso de que ya van con retraso unos presupuestos sobre cuyos detalles nada se ha discutido aún. ¡Y todo en mitad de una pandemia! Para compensar tanto sinsabor, la ministra de Igualdad se ha reconocido «conservadora» en materia amorosa: dejar atrás el romanticismo tóxico que las publicaciones oficiales de su departamento suelen denigrar no está –la fórmula es bellísima– entre sus «prioridades de transformación». Según hemos sabido, entre las de su marido está que la oposición jamás vuelva a gobernar: él no es tan sentimental.
Dicho esto, la imagen de la semana ha sido el encuentro madrileño de Sánchez y Ayuso. Se vieron en Sol con objeto de apuntalar, cada uno a costa del otro, su relato político para la pandemia: en un escenario decorado de manera fastuosa, bajo un mar de banderas, con firma en un libro de honor y posado ante los fotógrafos. Sánchez habló de ayudar a Madrid como si fuese Kennedy ante el bloqueo de Berlín; Ayuso expresó confusamente ese credo neomadrileñista que los madrileños harían bien en abandonar de inmediato: ya sabemos que allí nadie es de ninguna parte. La montaña parió un ratón: se dijo algo de un comité de coordinación y si te he visto no me acuerdo.
Ahora bien: la cita sirve indirectamente para apuntalar en el imaginario colectivo una idea de España en cuya promoción están empeñados el Gobierno y sus socios nacionalistas. Se trata de una España bilateral, casi austrohúngara, por la que Sánchez pasea a la manera de un mediador diplomático. Es una España gradualmente despojada de su componente nacional, el menguante contenedor administrativo de sus distintos pueblos preconstitucionales. No está claro si la nación se ha quedado sin Estado o si el Estado apenas puede funcionar cuando se debilita el sentimiento de pertenencia común. Por lo demás, sabíamos que el Gobierno y sus socios persiguen reforzar la centrifugación de la nación cívica alumbrada en el 78. La novedad es que el todavía primer partido de la oposición se muestre tan dispuesto a echar una mano.