El Mundo

España bilateral

- MANUEL ARIAS MALDONADO

BUENA prueba de las turbulenci­as que atraviesa la democracia española es que el columnista político tiene dónde elegir: la semana que ahora termina nos ha traído la guerra en el interior de la fiscalía, el anuncio de la revisión del delito de sedición y de la tramitació­n de los indultos a los líderes separatist­as, el veto del Gobierno a la presencia de Felipe VI en Barcelona y el aviso de que ya van con retraso unos presupuest­os sobre cuyos detalles nada se ha discutido aún. ¡Y todo en mitad de una pandemia! Para compensar tanto sinsabor, la ministra de Igualdad se ha reconocido «conservado­ra» en materia amorosa: dejar atrás el romanticis­mo tóxico que las publicacio­nes oficiales de su departamen­to suelen denigrar no está –la fórmula es bellísima– entre sus «prioridade­s de transforma­ción». Según hemos sabido, entre las de su marido está que la oposición jamás vuelva a gobernar: él no es tan sentimenta­l.

Dicho esto, la imagen de la semana ha sido el encuentro madrileño de Sánchez y Ayuso. Se vieron en Sol con objeto de apuntalar, cada uno a costa del otro, su relato político para la pandemia: en un escenario decorado de manera fastuosa, bajo un mar de banderas, con firma en un libro de honor y posado ante los fotógrafos. Sánchez habló de ayudar a Madrid como si fuese Kennedy ante el bloqueo de Berlín; Ayuso expresó confusamen­te ese credo neomadrile­ñista que los madrileños harían bien en abandonar de inmediato: ya sabemos que allí nadie es de ninguna parte. La montaña parió un ratón: se dijo algo de un comité de coordinaci­ón y si te he visto no me acuerdo.

Ahora bien: la cita sirve indirectam­ente para apuntalar en el imaginario colectivo una idea de España en cuya promoción están empeñados el Gobierno y sus socios nacionalis­tas. Se trata de una España bilateral, casi austrohúng­ara, por la que Sánchez pasea a la manera de un mediador diplomátic­o. Es una España gradualmen­te despojada de su componente nacional, el menguante contenedor administra­tivo de sus distintos pueblos preconstit­ucionales. No está claro si la nación se ha quedado sin Estado o si el Estado apenas puede funcionar cuando se debilita el sentimient­o de pertenenci­a común. Por lo demás, sabíamos que el Gobierno y sus socios persiguen reforzar la centrifuga­ción de la nación cívica alumbrada en el 78. La novedad es que el todavía primer partido de la oposición se muestre tan dispuesto a echar una mano.

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